La consecución de la libertad ha sido
una de las proclamas más repetidas a lo largo del último tercio del
s.XVIII y durante todo el siglo XIX y XX; abanderando movimientos
sociales que han marcado un antes y un después en la Historia de la
Sociedad Occidental. Como ejemplos representativos de esto podemos
destacar la Revolución Norteamericana de 1778, la Revolución
Francesa de 1789; el movimiento obrero de finales del s.XIX; el
movimiento sufragista; la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la
caída del Muro de Berlín (1981).
Se puede afirmar además, que un gran
número de revoluciones liberales estuvieron influidas por los
sentimientos nacionalistas y el Romanticismo; pero también por los
planteamientos kantianos sobre la libertad y el orden civil.
Asimismo, actualmente es visible la separación que Kant realizó de
la Razón y sus usos público y privado, siendo este último el que
está sujeto a más polémica; no sólo porque implica ser coherente
en las palabras cuando el individuo desempeña un determinado puesto
civil, sino porque también implica ser coherente con los actos,
cosa que muchos funcionarios públicos parecen haber olvidado.
Un gran ejemplo de lo anteriormente
expuesto puede ser la corrupción, la falta de ética política y el
no velar verdaderamente por los intereses de los ciudadanos. Como
consecuencia de todo esto, el pueblo desconfía de sus políticos y
funcionarios públicos, reclamando herramientas útiles y eficaces
con vistas a paliar todas esa clase de males. Dichas herramientas
útiles y eficaces proceden, entre otros muchos orígenes, del Poder
Judicial del Estado, en teoría independiente de las influencias de
los otros dos grandes poderes estatales. No obstante muchos también
desconfían de ese poder judicial, ya que gran parte de sus miembros
son elegidos por ese poder al que supuestamente deben controlar y
juzgar; con lo cual es lógico que desaparezcan la objetividad y la
imparcialidad sobre un manto de mentiras e hipocresía.
Sin embargo, existen gentes de
esperanza, quienes confían plenamente en que la democracia debe y
puede ser mejorada; provocando con ello la inherente regeneración y
saneamiento del sistema. Para ello aportan medidas concretas, pero
sobre todo apuestan por un cambio de mentalidad en la sociedad y en
especial, un cambio de mentalidad en lo que respecta a las
instituciones públicas. Todo ello se condensa en la adquisición de
una concepción responsable en la utilización de los puestos
públicos, cuyo único fin debe ser servir a los ciudadanos y velar
por sus intereses.
En un campo práctico, esto puede ser
simbolizado por la concienciación global de que no se debe acceder a
un puesto público con vistas al enriquecimiento personal; no aceptar
sobornos o chantajes para favorecer a unos pocos; el no defraudar
económicamente al Estado máxime cuando se desempeña un cargo
público; la separación efectiva y demostrable de los poderes
estatales; y la aceptación de que el interés nacional y la sociedad
están por encima de disputas políticas superfluas, que tan sólo la
debilitan y no le permiten hacer frente a los muchos retos que el
s.XXI presenta.
Todo lo expuesto anteriormente es de
alguna forma un modo para que la sociedad pueda contribuir a la
mejora de la democracia, que como dijo Winston Churchill: “Es el
peor sistema de todos, a excepción de todos los demás”; lo cual
convierte a la democracia en el único modelo aceptable para el
progreso del individuo, y la sociedad en su conjunto.
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