domingo, 1 de abril de 2012

Actual reflexión kantiana


La consecución de la libertad ha sido una de las proclamas más repetidas a lo largo del último tercio del s.XVIII y durante todo el siglo XIX y XX; abanderando movimientos sociales que han marcado un antes y un después en la Historia de la Sociedad Occidental. Como ejemplos representativos de esto podemos destacar la Revolución Norteamericana de 1778, la Revolución Francesa de 1789; el movimiento obrero de finales del s.XIX; el movimiento sufragista; la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la caída del Muro de Berlín (1981).

Se puede afirmar además, que un gran número de revoluciones liberales estuvieron influidas por los sentimientos nacionalistas y el Romanticismo; pero también por los planteamientos kantianos sobre la libertad y el orden civil. Asimismo, actualmente es visible la separación que Kant realizó de la Razón y sus usos público y privado, siendo este último el que está sujeto a más polémica; no sólo porque implica ser coherente en las palabras cuando el individuo desempeña un determinado puesto civil, sino porque también implica ser coherente con los actos, cosa que muchos funcionarios públicos parecen haber olvidado.

Un gran ejemplo de lo anteriormente expuesto puede ser la corrupción, la falta de ética política y el no velar verdaderamente por los intereses de los ciudadanos. Como consecuencia de todo esto, el pueblo desconfía de sus políticos y funcionarios públicos, reclamando herramientas útiles y eficaces con vistas a paliar todas esa clase de males. Dichas herramientas útiles y eficaces proceden, entre otros muchos orígenes, del Poder Judicial del Estado, en teoría independiente de las influencias de los otros dos grandes poderes estatales. No obstante muchos también desconfían de ese poder judicial, ya que gran parte de sus miembros son elegidos por ese poder al que supuestamente deben controlar y juzgar; con lo cual es lógico que desaparezcan la objetividad y la imparcialidad sobre un manto de mentiras e hipocresía.

Sin embargo, existen gentes de esperanza, quienes confían plenamente en que la democracia debe y puede ser mejorada; provocando con ello la inherente regeneración y saneamiento del sistema. Para ello aportan medidas concretas, pero sobre todo apuestan por un cambio de mentalidad en la sociedad y en especial, un cambio de mentalidad en lo que respecta a las instituciones públicas. Todo ello se condensa en la adquisición de una concepción responsable en la utilización de los puestos públicos, cuyo único fin debe ser servir a los ciudadanos y velar por sus intereses.

En un campo práctico, esto puede ser simbolizado por la concienciación global de que no se debe acceder a un puesto público con vistas al enriquecimiento personal; no aceptar sobornos o chantajes para favorecer a unos pocos; el no defraudar económicamente al Estado máxime cuando se desempeña un cargo público; la separación efectiva y demostrable de los poderes estatales; y la aceptación de que el interés nacional y la sociedad están por encima de disputas políticas superfluas, que tan sólo la debilitan y no le permiten hacer frente a los muchos retos que el s.XXI presenta.

Todo lo expuesto anteriormente es de alguna forma un modo para que la sociedad pueda contribuir a la mejora de la democracia, que como dijo Winston Churchill: “Es el peor sistema de todos, a excepción de todos los demás”; lo cual convierte a la democracia en el único modelo aceptable para el progreso del individuo, y la sociedad en su conjunto.  

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