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domingo, 5 de febrero de 2012

La Educación y nuestro futuro


No es algo nuevo en la Historia que la Educación haya sido utilizada por poderes políticos o religiosos con vistas a adoctrinar la población; muestras de ello lo encontramos en la Alemania Nazi o la Rusia Soviética. Tal vez hoy en día en España no exista un adoctrinamiento tan severo pero sí igual de efectivo.

Según algunos historiadores, la Historia debe ser abordada desde un punto de vista crítico, subjetivo y desde la cual se debe hacer denuncia social, ejemplo muy típico son las formas de abordar y explicar la II República, la Guerra Civil Española, la represión franquista y los casi cuarenta años de régimen. Algunos historiadores no dudan en catalogar la dictadura bajo los términos “genocida”, “extremadamente represivo” "responsable de un páramos cultural"; mientras contrastan con el “carácter democrático”, "liberal", "respetadores del régimen republicano" de sindicatos y demás fuerzas de izquierda; por otra parte los términos también pueden ser invertidos.

Si un profesional se dedica a dar clases de Historia de España a alumnos de Segundo de Bachillerato se nos plantean una serie de preguntas: ¿debe el profesor de Historia abordar los temas que incumben a la asignatura desde su punto de vista? ¿se puede estudiar la Historia con datos objetivos? ¿hasta qué punto puede influir el pensamiento del profesor en el juicio crítico de los alumnos? ¿puede resultar de esto una forma de adoctrinar a los jóvenes?

Es un debate complicado ya que entramos en conflicto con la Libertad de Cátedra, que permite al profesor enseñar y debatir sin verse limitado por doctrinas constituidas, esto quiere decir que el profesor puede dar su libre opinión sobre la institución o tema que se esté trabajando. Eso está muy bien en una clase en la que la mayoría de los alumnos tengan espíritu crítico, se informen y participen. Estas utópicas clases puede que existan en otros países europeos pero no en el actual sistema educativo español, bastante inestable y del que los jóvenes españoles salen cada vez menos preparados.

Lo comentado en el anterior párrafo no niega la existencia de la Libertad de cátedra pero sí reivindica su utilización de forma responsable y moderada; porque en el aula donde no existe inquietud en investigar por cuenta propia es imposible que exista espíritu crítico. Una asignatura en la que el profesor dé su versión de los hechos a favor de sus ideales políticos (ya sean de derecha o izquierda) corre el riesgo de ser adoctrinante y coartadora del espíritu crítico que se pretende proteger.

Esto es un problema más grave si cabe en España, en la que sin duda asistimos a un espíritu revanchista que divide a los españoles y hace que perdamos de vista lo verdaderamente importante: el futuro.

Ejemplos de lo citado en el anterior párrafo pueden ser las investigaciones realizadas por el juez Garzón o las polémicas suscitadas por el nombre franquista de calles o avenidas. Debemos de ser capaces de entender que las personas que perdieron a sus seres queridos durante la guerra tienen derecho a conocer el paradero de sus familiares, pero no a costa de la unidad nacional, no a costa de volver a reabrir heridas que sólo traerán odio y dolor entre los españoles.

Por otra parte, creo que soy miembro de una generación que no ha vivido las convulsiones que azotaron España durante gran parte del s.XX, soy parte de una España nueva, integrada y abierta a Europa, democrática y que no pretende basar su futuro mirando hacia atrás, sino mirando hacia delante; con el objetivo de hacer de nuestro país un Estado modélico en cuanto a democracia, formación y valores.

Puede parecer lo dicho bastante utópico pero se puede conseguir, con esfuerzo y dedicación; pero sobre todo con unidad, determinación y firmeza. No podremos afrontar la crisis económica ni los retos del futuro, ni reformar nuestra imperfecta democracia si no somos capaces de pasar página sobre algo que pasó hace 76 años.

viernes, 24 de junio de 2011

La Guerra Franco-prusiana de 1870


A mediados del siglo XIX la actual Alemania era un conjunto de pequeños estados independientes y de poco peso político, a excepción de Prusia, cuya victoria sobre Austria permitió en 1866 la creación de la Confederación de la Alemania del Norte, un preámbulo de la moderna Alemania.

Francia veía esta unificación como un peligro para sus intereses, cosa que era cierta, por lo que la relación entre ambas potencias dio paso a una serie de tensiones. El canciller prusiano Otto Von Bismarck también veía en Francia un enemigo para sus intereses y consideraba inevitable un enfrentamiento con áquella para lograr la hegemonía continental. Todo ello llevó a que estallara el conflicto armado en 1870, siendo el motivo un incidente diplomático de poca importancia.

Los franceses convencidos de su superioridad militar avanzaron hacia la frontera germana, contando para ello con un ejército profesional de 270.000 soldados. Por otra parte, Prusia movilizó para su defensa a 400.000 hombres, la gran mayoría de ellos procedentes del sistema de reclutamiento. Contra lo que cabía esperar, los prusianos supieron defenderse y tomar la iniciativa, dejando al ejército del mariscal francés François Achille Bazaine en una situación comprometida.

El campo atrincherado de Metz se convirtió en el bastión del ejército de Bazaine, ya que fue capaz de resistir las acometidas prusianas. Mientras tanto, un ejército al mando del general Mac Mahon fue al rescate de los franceses atrincherados en Metz. No obstante, los prusianos tenían conocimiento de este movimiento y le cortaron el paso a Mahon, que no tuvo más remedio que retirarse a Sedán. Al igual que habían hecho con Metz, los germanos bombardearon la ciudad.

El fracaso francés obligo al emperador Napoleón III a entrar en Sedán para comunicarle a Mac Mahon las intenciones francesas de romper el cerco alemán en Eloing, siendo la operación un rotundo fracaso. Esta última derrota convenció al emperador de que lo más sensato si se querían evitar pérdidas mayores era optar por la retirada. Fueron capturados 419 cañones, 103.000 soldados y el propio emperador.

El conflicto armado que enfrento a las dos potencias tuvo como mínimo tres consecuencias de gran importancia: en Francia la derrota dio paso a un cambio político, inaugurándose la “III Republique française”; en Prusia la victoria permitió la unificación con los estados del sur, creándose una gran potencia a cuyo alrededor giraría la política europea hasta nuestros días; y el último aspecto importante de la victoria alemana fue la demostración de la superioridad numérica contra un pequeño ejército de profesionales herederos del emperador Napoleón Bonaparte.

Por ello la gran mayoría de los Estados europeos optaron por poner en marcha un sistema de reclutamiento obligatorio, política que se mantendría hasta bien entrado el s.XX. Cabe mencionar otro detalle y es que tras la guerra franco-prusiana del 1870, la caballería pasó a un segundo plano

jueves, 11 de marzo de 2010

EE.UU y la guerra contra la Francia del Directorio.


Todo el interés francés en el norte de América se derivaba de Luisiana, un territorio que se le había concedido a España al finalizar la guerra de los Siete Años. Francia necesitaba proyectar su poder sobre esa zona, recuperando una isla de las Indias Occidentales o bien teniendo una base en Norteamérica, que en este caso era Luisiana, lo cual permitiría a los franceses ejercer presión sobre Canadá (bajo dominio británico) o los Estados Unidos de América.

El Gobierno Francés pronto se dio cuenta que los estadounidenses no eran los aliados que el pretendía que fueran. A pesar del tratado de amistad francoamericano de 1778, George Washington declaró la neutralidad de EEUU, negándose totalmente a una utilización por parte de Francia de EEUU como base para supuestos ataques en Luisiana (utilizando mercenarios reclutados en la frontera) o como centro de operaciones para los corsarios franceses. Así mismo, Washington siguió una política pasiva con respecto al Reino Unido, un ejemplo de ello es el reconocimiento por parte de EEUU de los derechos de su antigua metrópoli de bloquear el comercio francés, cuando ésta empezó a interceptar buques americanos que comerciaban con los franceses.

Esta acción hirió el orgullo del Gobierno francés, que opto por una política represiva, clasificando a los buques americanos como enemigos y asegurando que iban a seguir unas requisas mucho más duras que las utilizadas por lo británicos. Dichas amenazas eran cumplidas con regularidad por los corsarios franceses, por lo que al presidente Adams no le quedó otra opción que la de declarar la guerra formalmente al Directorio en 1798.

Los preparativos para invadir Luisana, Florida o alguna de las islas francesas en el Caribe fueron una realidad, así como la creación de una flotilla de navíos estadounidenses destinado a acosar a la Armada Revolucionaria. En menos de un año, los franceses recularon su posición un tanto y cuando llegó al poder el General Bonaparte se enviaron mensajes conciliadores a Adams, al que tampoco beneficiaba estar en guerra con Francia, ya que dicha guerra sólo beneficiaba a sus enemigos políticos. Finalmente se restauraron las conversaciones diplomáticas entre los dos países, que culminaron con una declaración de paz en las cuales se intentaba llegar a un entendimiento.

Dicho entendimiento funcionó algún tiempo, aunque siempre estaba vigente la amenaza de una reapertura del conflicto ya que al igual que con Reino Unido, los intereses de las dos naciones no coincidían lo más mínimo.

sábado, 19 de diciembre de 2009

La Batalla de Maratón


En el año 490 a.C el Imperio Persa era el dueño de Asia y con aspiraciones de hacer lo mismo en Europa, a lo que sólo habían dos ciudades-Estado que se podían oponer: Atenas y Esparta, las cuales eran las principales alentadoras de las revueltas de otros pueblos contra los persas.

El rey Darío I organizó una invasión de la Península Griega, unos 25.000 hombres estarían disponibles para ese asalto y 600 naves de guerras que asegurarían la no intervención de la flota griega, todo estaba dispuesto para comienzos de septiembre del 490 a.C. La flota persa fue imparable a lo largo de todo el Mar Egeo, conquistando varias islas como Eubea.

Cuando llegaron a la Península Griega siguió la misma tónica, numerosas ciudades caían sin apenas oponer resistencia. Los persas siguiendo los consejos de los desertores griegos prefirieron acamparse en los alrededores de Maratón, una ciudad situada en una llanura estratégica de la costa oriental de Grecia.

Los atenienses no se quedaron de brazos cruzados mientras los persas lo engullían todo, así que prepararon un ejército, cuyo líder era Milcíades, capaz de hacer frente a los invasores. El ejército nativo se organizó en diez contingentes según las distintas tribus de la ciudad de Atenas, juntos contaban 10.000 soldados, mucho menos numerosos que los persas pero entrenados con una fuerte disciplina.

Mientras los atenienses ponían rumbo a Maratón, el mensajero Filípides fue mandado a solicitar refuerzos a Esparta, la otra gran potencia de Grecia. Debido a que llegó en un marco de celebración cuya regla era que no se podían entrar en combate hasta la siguiente luna llena, los líderes espartanos desoyeron estas peticiones de ayuda.

El 11 de septiembre los atenienses se colocaron en una posición estratégica, interponiéndose entre Atenas y Maratón y desde donde podían ver los movimientos organizativos persas.

La táctica de combate persa contaba con que la infantería pesada ocupara el centro, apoyada a su vez por la caballería que se situaría en los flancos. La retaguardia estaría protegida por los arqueros que tenían como objetivo diezmar a los atenienses en sus posibles cargas de Falange, una formación que les había abierto las puertas de Grecia.

Los griegos contaban con su formidable Falange, no obstante y debido a la gran extensión del ejército persa se vieron obligados a aligerar el núcleo, reforzar los flancos y atacar las divisiones persas más débiles.

El 17 de septiembre se iniciaron las hostilidades, las flechas persas hicieron estragos. Después de dos horas de intenso combate los invasores se dirigieron al centro de la formación griega, que se habían replegado a la entrada de un valle cercano. Los persas ya se daban como vencedores por su aplastante superioridad, la gran disciplina de sus arqueros y la mala posición que habían tomado los atenienses, ya que a la entrada de un valle no podían mover con comodidad a la caballería.

Cuando los persas estaban a unos escasos 200 metros, Milcíades ordenó al centro griego que atacara a los invasores de frente, como consecuencia de ésto se expusieron a la pérdida de terreno mientras los flancos sostenían el combate contra los persas.

Así Datis, el líder persa, concentró a todo su ejército en el centro, sin caer en la cuenta de que los flancos griegos aprovechando este mal movimiento tenían la opción de rodear al contrario y ganarle la partida, por mucha diferencia numérica que les separara. Pero Milcíades sí se dio cuenta y eso se materializó en la orden de contraataque que ordenó, que tuvo como consecuencia la desbandada de las tropas asiáticas.

Mientras los persas huían, los atenienses reorganizaron su esquema de batalla y cargaron varias veces sobre los persas, llegando a perseguirlos hasta la misma playa, donde finalmente murieron 7.000 soldados invasores y 192 griegos. El impulso de los griegos fue tal que siete naves fueron capturadas.

Pero el peligro persa no se habían ido completamente ya que podían desembarcar en cualquier otro punto de la costa y retomar su política expansiva, por eso junto a 8.000 hombres, Milcíades decidió dirigirse al sur. Efectivamente los persas llegaron hasta las inmediaciones del puerto de Falero, cerca de Ática, pero rehusaron enfrentarse de nuevo al ejército ateniense. Las ambiciones de expansión persas fueron frenadas pero aún así siguieron devorando muchos otros territorios.

Cabe destacar la llegada tardía de los refuerzos espartanos al campo de batalla. Los espartanos haciendo gala de su fuerza cubrieron en tres días 240 kilómetros.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Waterloo, La última batalla de Napoleón


Napoleón contra toda expectativa aliada retornó a Europa desde la Isla de Elba, instaurando el llamado “Gobierno de los 100 días”, en el cual restableció el estado de Imperio y organizó un ejército de 200.000 hombres. La respuesta de los aliados europeos no se hizo esperar y el 25 de marzo se formó una nueva Coalición antinapoleónica.

El plan del recién llegado emperador fue el ataque a las 235.000 unidades que tenían apostados los aliados (prusianos, holandeses e ingleses) en la frontera nororiental de Francia y después de derrotarlos pasar a la invasión de Bélgica, donde estaba el grueso del ejército aliado al mando del Mariscal Gebhard Leberecht von Blücher y el inglés Arthur Wellesley, duque de Wellington.

Napoleón actuó con la rapidez que lo caracterizaba y decidió atacar una sección concreta del ejército enemigo para luego sorprender al resto. Algo que estaba a favor de Napoleón era que las tropas inglesas y prusianas estaban muy separadas entre si. Bonaparte conquistó Charleroi la mañana del 15 de junio y su mariscal Ney se situó frente a la importante posición de Quatre Bras pero cometió el error de no atacar.

El 16 de junio, el Emperador decidió atacar a los prusianos en Ligny, la ofensiva estaría apoyada por Ney, que después de conquistar Quatre Bras debería atacar el flanco y la retaguardia de Blücher, el general prusiano, que a su vez tendría que hacer frente a las tropas de Napoleón, encargadas de atacar la vanguardia prusiana. El mariscal Emmanuel Grouchy apoyaría a Bonaparte en ésto. Los franceses obtuvieron la victoria después de cinco horas de batalla en la cual se demostró que las comunicaciones entre el Ejército Imperial no eran las mismas de antaño, la victoria sobre Ligny fue la última en el brillante historial del Emperador.

La mañana del 17 de junio Wellington retrocedió 20 kilómetros al norte, mientras tanto, los prusianos se reunieron en Wavre con los ingleses. La inicial ventaja que tenían los franceses debido a las distancias se desvaneció en aquel movimiento militar.

Napoleón tampoco conservaba demasiado del ingenio militar que le valió tan fulgurante ascenso y cometió el error de concederle a Grouchy 33.000 hombres que debían seguir a Blücher como una sombra, también erró al enviar a la Guardia a Quatre Bras.

A las 14:00 horas Ney se reunió con Bonaparte cuando Wellington ya era inalcanzable. Al día siguiente, 18 de junio, Bonaparte esperó a que se secara el barro para sacarle el mayor partido a la caballería y a la artillería, que esperaba que fueran determinantes en esta última batalla. A la una de la tarde de ese 18 de junio se inició un gran bombardeo sobre las posiciones inglesas en Mont Saint Jean, fue la primera acción de la Batalla de Waterloo. A las 11:30 del día siguiente los franceses fueron rechazados por los británicos en el Castillo de Hougoumont, lo cual les obligó a implicar a más hombres en una acción que, en un primer momento Napoleón consideró “de distracción”. Mientras tanto, en Saint Jean, las cosas no podían ir a peor para los franceses que fueron masacrados por la artillería de Wellington, dejando en el campo de batalla unas 3.000 bajas. El gran impulso del regimiento escocés se vio recompensado con la toma de las baterías francesas, que fue un gran revés que la Caballería Imperial se encargó de maquillar pero que había decidido gran parte del conflicto.

Ney no estuvo muy fino interpretando los movimientos organizativos de los ingleses, los cuales tomó como una retirada y mandó al matadero a 10.000 soldados de caballería que se encontraron con un gran fuego inglés, no obstante lejos de enmendar su error, Ney volvió a ordenar otra carga de caballería que obtuvo el mismo resultado. Cuando el general Ney decidió utilizar la infantería ya era demasiado tarde, en poco más de 15 minutos murieron 1.500 soldados imperiales.

Sólo faltaba la intervención prusiana, que se concentró en el ala derecha Napoleónica y que obligó a replegarse hacia el centro al regimiento de Bonaparte. La única acción francesa que tal vez se mereció un aprobado fue la masacre de la granja La Haye Sainte, una posición fortificada aliada defendida por una guarnición alemana que, como digo, fue tomada de manera aplastante. Pero aquel día Napoleón estaba gafado y creyéndose superior en fuerzas a los angloprusianos se decidió a atacarlos con 11 batallones formados por sus mejores hombres, la célebre Guardia Imperial.

La Guardia Imperial luchó con una ferocidad nunca vista pero los aliados estaban mejor colocados y eso fue decisivo a la hora de batirlos en retirada, que tuvo como consecuencia la desbandada del experimentado ejército francés. Sólo dos batallones de la Guardia Imperial lucharon hasta las últimas consecuencias aunque todo estuviera perdido.

Fue así como Napoleón perdió la última batalla de su vida, fue esta la que le mandó a su destierro definitivo a una isla en medio del Atlántico, Santa Elena. Está claro que la batalla se decantó a favor de la Coalición por muchos errores de Napoleón que si hubiera estado en su mejor momento no hubieran ocurrido. También fue clave para la derrota de Napoleón la desafortunada intervención de Ney que no sólo lanzó una carga de caballería inútil sino dos y cuyas consecuencias psicológicas se notaron.

A lo mejor si Bonaparte hubiera ganado aquella batalla no hubiera ido mucho más lejos, hubiera sido derrotado de nuevo tarde o temprano, ya que ni él ni su ejército eran los mismos que lucharon en Egipto por la Revolución Francesa. Tal vez me equivoco y Francia habría recuperado su antiguo esplendor aprendiendo de sus errores, entiéndase ésto como las intervenciones en Rusia y España.

En definitiva, nunca lo sabremos, sólo podemos hacer conjeturas basándonos en los hechos históricos.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Francia y Austria en Italia en 1800


En aquel año de 1800 en Francia gobernaba el triunvarato, que lo conformaban Napoleón, Emmanuel J. Sièyes y Roger Ducos. No obstante, ese mismo año Napoleón ya era primer cónsul y había promovido otra nueva constitución y no sólo eso, sino que además concentraba todos los poderes en su mano.

Los primeros pasos de Napoleón al mando fueron la reconquista de los territorios que había conquistado la Segunda Coalición y cuya consecuencia había sido la pérdida del control de las comunicaciones con el sur y norte de Francia.

Los primeros movimientos franceses se centraron en reforzar la ciudad de Dijon y así dar más potencia al ejército del Rin e Italia comandados respectivamente por Jean-Victor Moreau y André Massena. No había muchas potencias capaces de discutirle la hegemonía a la Francia Napoleónica pero una de ellas era Austria cuyas tropas se concentraban en el Alto Rin, el Danubio e Italia y eran comandadas por Paul Kray y Michael Mélas.

El plan de Napoleón consistía en bloquear a Kray con una parte del ejército comandado por Moreau y atacar Suiza para atravesarla y sorprender a los austriacos por la espalda para definitivamente marchar sobre Viena. No obstante, Mélas también tenía un plan que consistía en atravesar los Alpes Marítimos (derrotando a Massena) y reunirse con el cuerpo de expedición británico para justo después expulsar a los franceses del Rin y dar vía libre a Kray para invadir Francia.

El 6 de abril Mélas atacó a Massena al cual obligó a retirarse a Génova. Entre el 3 y 6 de mayo Moreau rodeó a Kray y permitió a Napoleón rodear el San Gotardo lo que le dio la oportunidad de entrar en Italia, su campaña allí fue fulgurante, conquistó Aosta, Ivrea y Milán. Napoleón no se quedó sólo en la península Itálica ya que recibió la ayuda de Massena que contaba con 32.000 hombres y un tren de artillería de unos 100 cañones. Los militares avanzaron hacia Montebello donde sufrieron un pequeño revés debido al ejército austriaco que allí estaba desplazado, no obstante siguieron avanzando hasta llegar a la población de Marengo el 13 de junio, donde acamparon y Napoleón reorganizó el ejército dividiéndolo en tres divisiones que tenían como objetivo el bloqueo de las vías de escape austriacas.

Los franceses fueron sorprendidos la mañana del 14 de junio cuando fueron bombardeadas las avanzadillas sobre el Bormida, no obstante, Napoleón actuó con rapidez y solicitó la ayuda del destacamento de Desaix que contraatacó y puso en fuga a los austriacos. Hubiera sido un gran ánimo moral para los soldados franceses pero Desaix recibió un disparo en el corazón y falleció.

Sabiendo lo mal que pintaba la situación, Mélas evacuó Lombardía hasta el Mincio, el general austriaco contaba en Italia con unos 55.000 hombres y 350 cañones. Mientras tanto en la Europa central Moreau firmó un acuerdo de paz que duró hasta noviembre.

Durante estos primeros años de Gobierno Napoleónico, Francia era imparable, nos lo demuestran sus grandes victorias como la de Austerlitz y su expansión territorial. La pena que yo siento es que en un principio Francia se movía y conquistaba territorios para expandir sus ideas revolucionarias y defenderse así misma ya que recordemos que las Coaliciones tenían como objetivo restaurar el Absolutismo. Pero como casi todas las grandes potencias se fue degenerando y pasó de ser una potencia con aire revolucionario con ideas de libertad e igualdad a ser una potencia movida por los intereses personales de Napoleón Bonaparte.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Zaragoza en armas


Al igual que en Madrid, muchas ciudades fueron testigos y actores del alzamiento nacional contra los franceses, de los sueños imperiales de Napoleón. Una de estas ciudades fue la ciudad aragonesa de Zaragoza que fue víctima de varios sitios e intentos de conquista.

Zaragoza estaba situada en un centro estratégico en las comunicaciones con la Península y Francia, por tanto era una pieza fundamental que se debía conquistar a toda costa. Al principio los franceses subestimaron a los defensores zaragozanos, pero al tiempo se dieron cuenta del hueso duro de roer que tenían delante.

Los primeros que se plantaron delante de la ciudad fueron el general Lefebvre Desnouettes y sus 4.000 soldados, el asalto no se hizo esperar. Durante una jornada entera los artilleros, soldados e incluso vecinos derrotaron a los franceses, sólo la caballería logró penetrar por la puerta de Santa Engracia pero no les quedó más remedio que retirarse al verse rodeados. El primer asalto se cobra la vida de más de 700 soldados napoleónicos y 300 españoles.

Lefebvre pidió refuerzos y tras un breve período de descanso se preparó para reiniciar la ofensiva, esta vez con un poderoso tren de artillería. Los franceses no fueron los únicos que se reorganizaron, los sitiados reforzaron las defensas de la ciudad y recibieron refuerzo militar, ya que uno de los errores del cerco francés era que no abarcó todas las entradas de la ciudad.

El 30 de junio de aquel 1808 se reanudó el ataque con un fuerte bombardeo a la ciudad y pasado unos pocos días se lanzaron al que creían que sería el ataque definitivo, sin embargo, vuelven a ser vencidos por el espíritu patriótico de los zaragozanos a su tierra, España.

Los franceses no son de rendirse fácilmente y el 31 de julio reanudan de nuevo el bombardeo con un asalto generalizado el 4 de agosto que logra desbordar las defensas y adentrarse en la ciudad. Una semana entera duró el conflicto dentro de la ciudad, muchos muertos pero también mucha gente que dio muestras de su valor y amor por la patria, uno de ellos fue Agustina de Aragón que tomó el mando de la plaza del Portillo. Unas 1500 bajas entre las filas francesas. La evacuación de José I en Madrid obligó a los imperiales a levantar el sitio por un tiempo.

Al líder de la defensa zaragozana, Palafox, se le unieron muchos hombres de todas partes de España atraídos por la gesta de Zaragoza, también recibió piezas de artillería con lo que llegó a contar con un ejército de 30.000 soldados y 160 cañones, es decir, un señor ejército.

El 21 de diciembre comenzó de nuevo el asedio, esta vez el mariscal al mando, Moncey contaba con 40.000 experimentados y más de 100 piezas de artillería. También los mandos militares franceses se habían replanteado la estrategia y esta vez el cerco era total.

Para desgracia española se dio un brote de tifus en la ciudad lo cual facilitó la entrada descontrolada de franceses en la ciudad aragonesa, no obstante se volvió a la encarnizada lucha de casa por casa. Tres semanas logró aguantar el pueblo zaragozano a los militares imperiales.

Al caer enfermo Palafox del tifus el 19 de febrero una junta militar le sustituyó al mando. Más tarde la junta decidió entregar la ciudad al mariscal Lannes a cambio de un perdón general que en su mayor parte no se llevó a cabo, ya que casi todos los líderes rebeldes fueron ajusticiados y sus cadáveres lanzados al Ebro, a excepción de Palafox que quedó confinado en una prisión hasta el fin de la Guerra de Independencia. El asalto junto con la enfermedad dejó 50.000 bajas entre los defensores.

Estas fueron las personas que defendieron España de los ejércitos de Napoleón, fue esa gente la que demostró que a la Grande Armee se le podía vencer y fueron ellos los que murieron por conseguir una España libre de la opresión...una gente de la que deberíamos coger recortes los que hoy estamos aquí viendo como este hermoso país se sumerge en las tinieblas más absolutas. Heroicidades como las narradas en esta historia nos ha de dar valor para luchar pacíficamente y con la palabra contra los que quieren dividir y romper España.