El accidente del
Rey ha sido el último de una serie de sucesos que parecen desde hace tiempo tener como objetivo el desprestigio de la Familia Real
y la llegada de un sistema nuevo. La imputación de
Urdangarín parecía ser el último de estos desafortunados incidentes pero
no ha sido así; el accidente de Froilán por la negligencia de sus
padres y el accidente del Rey mientras estaba de cacería en Botsuana
han agravado y acentuado el debate sobre el papel de la institución.
La mayoría de los
medios de comunicación han centrado el tema en la salud del
monarca, restando importancia a que fuera a cazar animales protegidos
o el gasto de 30.000€ que supone matar un elefante. Todo ello
mientras España atraviesa una de las peores épocas económicas de
su Historia; y donde parece que la desconfianza de los mercados sigue
en aumento.
El acto del rey ha
sido una incoherencia de sus actos sobre sus palabras; es decir,
mientras afirma que el paro juvenil le quita el sueño, saca tiempo
de su “apretada” agenda para dedicarse a semejante actividad de
ocio como puede ser la caza; es respetable pero injustificable
matar animales por simple diversión. Tampoco da buena imagen que
la reina Sofía haya sido incapaz de visitar a su marido durante tres
días; no obstante, ese debate corresponde a la telebasura, por lo
que no le daremos mayor importancia.
No he escrito el
artículo para centrarme en la cacería, que me parece un acto fuera
de cualquier civismo; sino para analizar el papel de nuestro monarca
y la actitud que debe tener el jefe de Estado de una monarquía
parlamentaria.
El debate que se
plantea va ganando fuerza; y es que cada vez más gente pide un
referéndum para elegir entre monarquía o la constitución de
una república. Inherente a esto, deberíamos preguntarnos si la
instauración de la República mejoraría la situación del
país, plantearnos si realmente compensaría el gasto que supone
una monarquía; o si sería sano que el jefe de Estado pertenezca a
un partido político. España no destaca por su unidad; cada uno
lucha por sus intereses, por lo que sería injusto que la máxima
institución representativa del Estado lo fuera para la mitad de los
españoles.
El jefe de Estado
debe ser símbolo de la unidad de los españoles, pero sobre todo
debe corresponder las palabras con sus actos, cosa que el actual
monarca parece haber olvidado. Juan Carlos de Borbón desempeñó un
papel muy importante para traer la democracia a una España que
llevaba un siglo entero de inestabilidad; no obstante, no se puede
vivir de las rentas eternamente. Puede que haya llegado el momento de
plantear el fin de ciclo de la monarquía en España.
De lo expuesto
anteriormente, en su defecto, cabe que el rey ceda su puesto al
Príncipe de Asturias. Puede que su obstinación en morir en el cargo
sea inherente a la vitalicia condición de la Monarquía, o tal vez
sea un intento por consolidar en el tiempo un sistema que hace agua por momentos. El único paso para la posible salvación de la
Monarquía en nuestro país pasa por el nombramiento como rey de
España a Felipe de Borbón; mientras permanezca su padre en la
jefatura del Estado, la decadencia del sistema está garantizada.
Ser jefe de Estado
supone responsabilidad y sensibilidad con respecto a la situación de
la nación; extendiéndose este planteamiento a las demás
instituciones gubernamentales, en especial a la casta política. Los
dirigentes deben estar al servicio de España y no vinculados a
intereses superfluos que contradigan los objetivos a los que aspira
toda nación: unidad, prosperidad y democracia.
El monarca ideal
no debe meterse en fangos políticos, ni tratar en diferentes
términos al jefe del Gobierno y al líder de la oposición; no
pudiendo simpatizar con ideologías. Su función radica en actuar
como arbitro entre los poderes del Estado, y es aquí donde se
justifica su inviolabilidad. En su intachable comportamiento debe
residir el germen para la manutención de la monarquía.
Como conclusión, la sociedad española aún no está preparada para
constituirse en República; pero son los políticos los menos preparados para asumir este cometido responsablemente; en especial ciertos sectores de la izquierda que
evocarían la llegada de la III República Española en aquella II República que nunca llegó a ser un sistema democrático, y cuya radicalización fue la principal causa de su caída.
No obstante, los
actos de la Monarquía no hacen más que justificar los argumentos
republicanos; el futuro de la institución es incierta y puede que la
III República esté más cerca de lo que muchos imaginan.
Fantástico. Claro y contundente. En cuanto al único aspecto que no has querido tratar, creo que tanto el rey como la reina deben guardar las formas ante la opinión pública y si su matrimonio ha hecho aguas, no deben dejar que trascienda. y no solamente la reina, tampoco el príncipe ha perdido el culo para ir a ver a su padre. Lo dicho, esta familia deja mucho que desear últimamente y mejor harían en revisar sus comportamientos para no dar munición a sus enemigos.
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