Vivimos en un momento histórico donde
la educación es obligatoria y gratuita hasta determinada edad; atrás
quedan épocas donde tan sólo un grupo de privilegiados accedían a
la enseñanza. Además, España se encuentra entre los países que
disponen de una red de ayudas y becas, a pesar del contexto económico
y los recortes. No obstante, ciertos sectores preocupados únicamente
por la educación cuando pierden el poder, han criticado duramente la
reforma educativa y el decreto sobre becas.
La educación española es mejorable
según los informes PISA y de la OCDE; a través de estos documentos
quedan desmontados los mitos que rodean el sistema educativo. Es
falso que España invierta poco en comparación con sus vecinos
europeos; de hecho, el gasto por alumno y otros indicadores se
encuentran en la media continental. La educación ha sufrido
recortes, pero también es cierto que los resultados siguen siendo
pésimos en épocas de bonanza y con una inversión mayor. Por lo
tanto, existe un problema de fondo: el fracaso escolar no es una
cuestión económica, sino de proyecto educativo. Corregir los
defectos de una educación financiada correctamente, de pésimos
resultados y que desincentiva al alumnado es el mayor reto al que se
enfrenta la España del siglo XXI.
El fracaso educativo español tiene
unos orígenes claros. En primer lugar, no existe un proyecto
global, dado que las Comunidades Autónomas desarrollan la
legislación educativa a su antojo; en segundo lugar, la enseñanza
es inestable, asentándose en un dinamismo perpetuo donde es
concebida como fruto de la tendencia política del ministro de turno.
En tercer lugar, es imposible lograr buenos resultados donde equidad e
igualdad se confunden con mediocridad, y la excelencia es impropia,
en un intento deliberado de igualar hacia el mínimo a todos los
estudiantes. Y en cuarto lugar, es difícil alcanzar la excelencia donde el espíritu crítico brilla por su ausencia y el profesorado
está excesivamente politizado.
Las reformas propuestas por el ministro
Wert se engloban en la costumbre española de concebir la educación
como un asunto dependiente de la alternancia política; no
obstante, suponen un claro avance abordando cuestiones relevantes. Con
ciertos matices, es conveniente instaurar de forma activa la religión
en las aulas, dado que los valores del cristianismo han contribuido
de forma decisiva a la formación de la cultura europea,
constituyendo junto a la filosofía griega y el derecho romano los
pilares de Occidente. Alejándonos del debate sobre sotanas y
catecismo, es positivo inculcar unos principios que se elevan sobre
ideologías, sirviendo para conocer nuestras raíces y combatir el
simplismo y la demagogia dominantes.
La Ley Orgánica de Mejora de la
Calidad Educativa también aborda una cuestión relevante: el elevado
excedente universitario y la masificación de las aulas, frente a una
Formación Profesional desmerecida y despreciada, a pesar de ofrecer
grandes posibilidades. Nos encontramos ante un dogma sociológico
inexistente en el resto de Europa, según el cual cuando se finaliza
la educación secundaria lo más sensato es emprender una carrera
universitaria, sin plantearse previamente otras alternativas. El
resultado de esta inercia social es la elección arbitraria de
estudios, la desmotivación y el consiguiente abandono.
Por otra parte, las becas no deben ser
entendidas como limosna y requieren de la necesaria correspondencia
del alumno. Son muchas las críticas dirigidas contra José Ignacio
Wert, pero éstas se derrumban cuando planteamos qué clase de
educación queremos. Si pretendemos lograr una enseñanza y alumnos
mediocres, continuemos tomando el cinco como punto de partida; por el
contrario, si el objetivo es la excelencia, aumentar el rendimiento y
no malgastar recursos públicos, barajemos la posibilidad de elevar
la nota necesaria para acceder a una beca, promovamos el esfuerzo y
la dedicación.
La oposición cree que los más
humildes serán expulsados del sistema mientras los ricos, aunque
tengan un rendimiento escaso, podrán permitirse el pago de una
matrícula. Además, el impulso de la religión y la subvención a
centros que segregan por sexo son medidas retrógradas según
Rubalcaba, quien tacha al Gobierno de reaccionario mientras las
universidades públicas están dominadas por una izquierda
intolerante, populista y alejada de sus principios originales. Todo
ello constituyen cortinas de humo que intentan ocultar el nefasto resultado
de los planes educativos socialistas.
El éxito académico depende de la
capacidad de sacrificio y no de la capacidad económica; acceder a
la universidad no significa alcanzar intelecto, sabiduría o espíritu
crítico, puesto que deben estar precedidos por la dedicación y el
esfuerzo. Finalmente, debemos apostar por una educación de calidad,
exigente y accesible a todos, entendida como asunto de Estado y
promotora del espíritu crítico, lo cual significa cuestionar el
monopolio de la razón y la intelectualidad arrogada por la izquierda
durante tanto tiempo.
Es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad!
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