El comienzo del siglo XXI está siendo
desalentador, España continúa sumida en una crisis económica agravada por una errónea gestión. Los Gobiernos parecen incapaces
de encontrar la fórmula del crecimiento, mientras el paro alcanza
cotas elevadas y la pobreza generalizada aumenta. El modelo de
convivencia social se tambalea; unión y solidaridad se difuminan
mientras sectores ostracistas ocultan sus fracasos mediante falacias.
Existe una corrupción institucionalizada, minadora de los pilares
democráticos y del Estado de Derecho. Muchos jóvenes abandonan sus
estudios, en un contexto donde la cultura brilla por su ausencia y la
democracia es desvirtuada.
No obstante, nuestro país ha sufrido
peores momentos históricos como la Guerra de Sucesión o la Guerra
Civil. En este sentido, aún tenemos el privilegio de pertenecer al
hemisferio rico del planeta, nunca antes se habían alcanzado
semejantes niveles de alfabetización, renta per cápita y
desarrollo. La crisis económica ha deteriorado esta situación, pero
corresponde a los españoles asumir el reto que plantea el siglo XXI: la consolidación en esos campos. La nación aceptará ese difícil
desafío, que requiere líneas de actuación claras, sin las cuales
España está condenada al segundo plano de la escena internacional e
incluso queda comprometida su propia existencia.
España necesita una reforma
constitucional garantizadora de la separación de poderes, truncada a
través de los artículos 122.3, 123.2 y 159.1 de la Constitución.
La carta magna actual se adaptó a un marco histórico determinado;
el poder y privilegios otorgados a los partidos políticos se ajustan
al final del franquismo, asegurando su consolidación frente a un
Estado con una experiencia democrática inexistente. Después de
treinta y cinco años de democracia algunas prerrogativas políticas
carecen de sentido real. Por ello es fundamental actualizar nuestra
Constitución, permitiendo que los jueces elijan a los miembros del
CGPJ, y velando por la independencia del Tribunal Constitucional,
viciado por los intereses del bipartidismo.
Para situarnos entre las primeras
democracias mundiales debemos abordar la existencia de España y su
supervivencia. En este sentido la ley electoral, igualmente adaptada
a un marco histórico caduco, favorece que partidos regionales
obtengan una representación mayor que formaciones de ámbito
nacional con una cantidad mayor de votantes. Como consecuencia,
corrientes ideológicas minoritarias sirven como bisagra para la
formación de gobiernos nacionales, existiendo contrapartidas que
redundan en perjuicio de los intereses globales. Aunque el Senado se
diseñó para la resolución de conflictos territoriales, dicha
función la cumple el Congreso desvirtuando las funciones de la
cámara alta.
Una de las riquezas de España es la pluralidad, presente durante toda su Historia, cuyo carácter
aglutinador empezó a ser discutido por ciertos sectores burgueses a
finales del s.XIX. Actualmente el nacionalismo se encuentra en auge favorecido por el diseño territorial del Estado, siendo competencia
autonómica materias esenciales como la educación. Se ha permitido durante años que los nacionalistas eduquen varias generaciones de ciudadanos en el odio hacia España, un odio irracional
basado en mitos y calumnias. Además, se ha llegado a un punto donde
es más fácil culpar al Estado español y ser señor feudal
autonómico que asumir responsabilidades políticas y ser referencia
para el resto de España.
Evidentemente, necesitamos actualizar
nuestra organización territorial. Desconociendo si conviene una
mayor descentralización o una centralización, debe ser una reforma
que impida la ruptura de España, no entorpezca el desarrollo
económico ni favorezca el despilfarro, y mucho menos la corrupción.
Además, debe solucionar definitivamente el asunto de la financiación
autonómica; en este sentido, si pretendemos que España perdure más
allá del siglo XXI debe revisarse la ley electoral, recuperar
competencias esenciales y actualizar la organización territorial.
Fantástico! Esperando por la segunda parte.
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