El
plano jurídico debe ser complementado con el ámbito ético y
moral. En este sentido, el debate no sólo reside en si apostamos por
el derecho a la vida o en si negamos derechos inalienables a la
criatura concebida, sino también a principios elementales de la
condición humana como la responsabilidad y la libertad.
Los
pro abortistas reivindican esta libertad, pero realmente están
promoviendo la irresponsabilidad y el libertinaje, defienden un
egoísmo que ahoga cualquier posible aceptación de las consecuencias
derivadas de los propios actos. Debido a un error y en un ambiente
donde la sexualidad pasa a un plano mundano, se acaba con la vida de
un ser humano poseedor de potenciales oportunidades: derecho a vivir,
crecer y desarrollarse. Entran en una peligrosa espiral donde
cualquier limitación a la absoluta voluntad es considerada opresiva,
reivindican la titularidad de derechos, pero no están dispuestos a
contraer obligaciones ni asumir las consecuencias de sus acciones.
La
incoherencia se ha apropiado de la sociedad, cayendo en la mayor de
las hipocresías sin percatarse de ello. Un claro ejemplo lo aporta
la promoción abolicionista de las corridas de toros, la
reivindicación de la dignidad del animal frente al matador, mientras
se niega cualquier derecho al concebido y el aborto libre es
defendido a ultranza. La sociedad debería reflexionar profundamente
sobre este tema ya que las menores de edad pueden interrumpir su
embarazo sin el conocimiento de sus padres, mientras la compra de
alcohol y tabaco se les prohíbe.
Defendamos
el derecho a la vida y planteemos el debate, mostremos ante un espejo las propias contradicciones de la sociedad. Todo ello conlleva
reformar la Ley de Salud Sexual y Reproductiva manteniendo intactos
sus elementos positivos, restringir la venta de la píldora del día
después e investigar sobre sus posibles consecuencias. En este
sentido, la ley de los supuestos (peligro para la vida de la madre,
violación o malformación) concilia el derecho a la vida con la
libertad de la mujer, debiendo ser complementada por la instrucción
familiar en la responsabilidad y mentalidad de una sexualidad
responsable.
Con
respecto a la reforma Gallardón, no es necesario retroceder a una
legislación que suprima el supuesto de malformación, puesto que
condena irreversiblemente dos vidas humanas, rompiéndose el
equilibrio entre derecho a la vida y libertad. Sin embargo, surge una reflexión en torno
al supuesto de malformación: el avance
científico nos situará en un punto donde podrá elegirse a la carta, y el rechazo a cualquier mínimo defecto nos
retrotraerá a una mentalidad donde sólo merezcan vivir aquellos individuos que reúnan determinadas características físicas.
Sería
igualmente abominable encarcelar mujeres por abortar, imponer el
modelo centroamericano donde el aborto está penado independientemente de las circunstancias. Por lo tanto, se debe
rechazar una legislación opresora, aunque la sociedad deba moverse
hacia la reducción de los embarazos no deseados y los abortos,
reivindicando la concienciación sobre los peligros que supone
contraer enfermedades de transmisión sexual.
Por
último, conviene denunciar el relativismo en el cual la sociedad
occidental se está acomodando: los valores y principios se
desdibujan ante una oleada de falso progreso social. Se
asume como natural el declive intelectual, cultural y emocional, reduciendo el papel familiar al mero residuo.
Mantener relaciones es algo superfluo y carente de compromiso, el
sexo sin verdadera motivación pasa a ser lo común y se rechaza
asumir responsabilidades. Ante este desolador panorama, sólo queda
difundir la reflexión y el respeto a la dignidad de los demás y la nuestra propia.
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