Los pueblos desconocedores de su Historia están condenados a
repetirla, no siendo España la excepción. Por ello es fundamental
conocer nuestra Historia con sus luces y sombras, estudiando
especialmente los motivos de las sombras. Para progresar como nación
es de vital importancia desterrar el fantasma de las dos Españas,
asunto zanjado en 1978 y resucitado por Rodríguez Zapatero.
Desgraciadamente se han reabierto heridas, simplificando la Historia
con fines electorales y revanchistas; no debemos dar la espalda a los
familiares de los asesinados en la Guerra Civil, pero debemos conocer
los límites que separan justicia y tergiversar la Historia.
La división interna nos debilitará a la hora de afrontar los
retos del siglo, por ello necesitamos unidad y unas fuerzas políticas
responsables con vocación de Estado. Otra cuestión importante que
deberá abordarse en algún momento de la centuria es el debate
monarquía-república. La instauración de una república sólo será beneficiosa si sus políticos adquieren una concepción universal del
Estado, alejada de visiones partidistas. En este sentido, la III
República deberá ser de todos los españoles, verdaderamente
democrática y desvinculada de la fallida II República. Esta forma
de Estado deberá ser patrimonio de toda la nación, alejada del uso
partidista que ciertos sectores hacen de dicha formulación.
En el plano económico, situar a España como potencia económica
pasa por invertir en un modelo de crecimiento basado en la innovación
y diversificación de la base económica. A pesar de que el sector
terciario ha soportado el peso económico a finales del s.XX y
principios del XXI, convendría potenciar la industria y las
actividades de alto valor añadido. Para lograr nuestros objetivos
económicos se debe explotar y rentabilizar al máximo nuestra
pertenencia a la Unión Europea, proyecto común que parece
irreversible. Además, debe incentivarse la creación de empresas a
través de impuestos bajos y la eliminación de barreras y trámites
burocráticos.
Por lo tanto, la mejor receta para reducir un paro que parece
estructural, es el fortalecimiento y multiplicación de las PYME y
los autónomos. Debemos construir un país puntero en I+D+i, donde si
los jóvenes se marchan no sea por inexistencia de oportunidades;
poniendo en marcha programas de inversión pública y especialmente de inversión privada. Con el objetivo de crear y reclutar a los
mejores cerebros de Europa debemos atraer la inversión, aumentar la
productividad, la competitividad y reformar el sistema educativo.
Luchar firmemente contra la corrupción y cumplir la ley frente al
fraude son determinantes para crear riqueza y reforzar nuestra imagen
internacional.
España debe apostar por una economía de mercado y libre
competencia, pero nunca debe olvidar las circunstancias de los más
desfavorecidos. Las leyes y la economía se encuentran al servicio
del ciudadano, por ello el Estado debe contar con una red efectiva de
servicios públicos y subsidios para los más pobres, asegurando la
dignidad y proveyendo lo indispensable. Debemos priorizar en el gasto
de servicios públicos esenciales y recortar gastos superfluos como
radio televisiones públicas, policía política y florituras del
teatro institucional. Debe existir igualdad de oportunidades para
quien desee progresar, donde el esfuerzo y el espíritu de sacrificio
aseguren el triunfo. El capital no debería ser determinante,
entendiendo que perseguir la riqueza no acaba con la pobreza.
Finalmente, parafraseando a Víctor Hugo: “Animad al rico y
proteged al pobre, suprimid la miseria; poned término a la
explotación del débil por el fuerte; poned freno al inicuo recelo
del que está en camino contra el que ha llegado ya; ajustad
matemáticamente y fraternalmente el salario al trabajo; mezclad
enseñanza gratuita y obligatoria con el crecimiento de la infancia;
haced de la ciencia la base de la virilidad; desarrollar las
inteligencias, ocupando al mismo tiempo los brazos; sed a la vez un
pueblo poderoso y una familia de hombres felices; democratizad la
propiedad, no aboliéndola, sino universalizándola, de modo que todo
ciudadano, sin excepción, pueda ser propietario, cosa más fácil de
la que se cree; en una palabra: sabed producir y repartir riqueza, y
tendréis justamente la grandeza material y la grandeza moral”.
martes, 30 de julio de 2013
viernes, 26 de julio de 2013
La España del siglo XXI, primera parte.
El comienzo del siglo XXI está siendo
desalentador, España continúa sumida en una crisis económica agravada por una errónea gestión. Los Gobiernos parecen incapaces
de encontrar la fórmula del crecimiento, mientras el paro alcanza
cotas elevadas y la pobreza generalizada aumenta. El modelo de
convivencia social se tambalea; unión y solidaridad se difuminan
mientras sectores ostracistas ocultan sus fracasos mediante falacias.
Existe una corrupción institucionalizada, minadora de los pilares
democráticos y del Estado de Derecho. Muchos jóvenes abandonan sus
estudios, en un contexto donde la cultura brilla por su ausencia y la
democracia es desvirtuada.
No obstante, nuestro país ha sufrido
peores momentos históricos como la Guerra de Sucesión o la Guerra
Civil. En este sentido, aún tenemos el privilegio de pertenecer al
hemisferio rico del planeta, nunca antes se habían alcanzado
semejantes niveles de alfabetización, renta per cápita y
desarrollo. La crisis económica ha deteriorado esta situación, pero
corresponde a los españoles asumir el reto que plantea el siglo XXI: la consolidación en esos campos. La nación aceptará ese difícil
desafío, que requiere líneas de actuación claras, sin las cuales
España está condenada al segundo plano de la escena internacional e
incluso queda comprometida su propia existencia.
España necesita una reforma
constitucional garantizadora de la separación de poderes, truncada a
través de los artículos 122.3, 123.2 y 159.1 de la Constitución.
La carta magna actual se adaptó a un marco histórico determinado;
el poder y privilegios otorgados a los partidos políticos se ajustan
al final del franquismo, asegurando su consolidación frente a un
Estado con una experiencia democrática inexistente. Después de
treinta y cinco años de democracia algunas prerrogativas políticas
carecen de sentido real. Por ello es fundamental actualizar nuestra
Constitución, permitiendo que los jueces elijan a los miembros del
CGPJ, y velando por la independencia del Tribunal Constitucional,
viciado por los intereses del bipartidismo.
Para situarnos entre las primeras
democracias mundiales debemos abordar la existencia de España y su
supervivencia. En este sentido la ley electoral, igualmente adaptada
a un marco histórico caduco, favorece que partidos regionales
obtengan una representación mayor que formaciones de ámbito
nacional con una cantidad mayor de votantes. Como consecuencia,
corrientes ideológicas minoritarias sirven como bisagra para la
formación de gobiernos nacionales, existiendo contrapartidas que
redundan en perjuicio de los intereses globales. Aunque el Senado se
diseñó para la resolución de conflictos territoriales, dicha
función la cumple el Congreso desvirtuando las funciones de la
cámara alta.
Una de las riquezas de España es la pluralidad, presente durante toda su Historia, cuyo carácter
aglutinador empezó a ser discutido por ciertos sectores burgueses a
finales del s.XIX. Actualmente el nacionalismo se encuentra en auge favorecido por el diseño territorial del Estado, siendo competencia
autonómica materias esenciales como la educación. Se ha permitido durante años que los nacionalistas eduquen varias generaciones de ciudadanos en el odio hacia España, un odio irracional
basado en mitos y calumnias. Además, se ha llegado a un punto donde
es más fácil culpar al Estado español y ser señor feudal
autonómico que asumir responsabilidades políticas y ser referencia
para el resto de España.
Evidentemente, necesitamos actualizar
nuestra organización territorial. Desconociendo si conviene una
mayor descentralización o una centralización, debe ser una reforma
que impida la ruptura de España, no entorpezca el desarrollo
económico ni favorezca el despilfarro, y mucho menos la corrupción.
Además, debe solucionar definitivamente el asunto de la financiación
autonómica; en este sentido, si pretendemos que España perdure más
allá del siglo XXI debe revisarse la ley electoral, recuperar
competencias esenciales y actualizar la organización territorial.
sábado, 20 de julio de 2013
Bárcenas, la dimisión del Gobierno y la oposición.
Una tormenta sacude el Partido Popular
y el Gobierno de España: el estallido de un supuesto nuevo caso de
corrupción que implica a Luis Bárcenas, titular de
ostentosas cuentas en Suiza, y la existencia de unos documentos
acreditativos del pago de comisiones irregulares a miembros de la
cúpula del Partido Popular. El último episodio de esta polémica lo
constituye la publicación de unos mensajes entre Mariano Rajoy y el ex-tesorero. En dicha conversación, el Presidente del Gobierno le muestra su apoyo, exhortándole a aguantar y
reconociendo el esfuerzo del partido.
La conversación se produce en un
momento en el que el asunto es investigado por la Audiencia Nacional,
incrementándose las sospechas sobre la financiación irregular del
Partido Popular. Dicho episodio es el último de una serie de
escándalos que motivan la comparecencia de Mariano Rajoy ante las
Cortes, las demandas de la oposición y la opinión pública. En este
sentido, los gestos más valientes del Presidente han sido la
comparecencia a través de un plasma ante los periodistas, sin turno
de preguntas; y la huida indisimulada ante cuestiones directas. El
silencio y la invisibilidad han sido la tónica dominante en la
escena política española durante muchos meses.
Este último capítulo podría
precipitar la caída del Gobierno de Mariano Rajoy. Es imposible
gobernar dignamente sin dar explicaciones ni asumir responsabilidades
políticas; resulta vergonzoso ejercer funciones presidenciales bajo
semejantes sospechas. No obstante, a pesar de la dificultad que
supone decepcionar en mayor grado a la ciudadanía ante el
incumplimiento del programa electoral y la incapacidad para frenar el
independentismo, las pruebas contra Rajoy no son aún suficientemente
sólidas. Serán los Tribunales quienes deben verificar la
autenticidad de los documentos y pruebas, no la oposición ni la
opinión pública.
El caso Bárcenas se engloba en un
contexto de podredumbre institucional y política; polémicas como
ésta demuestran la escasa calidad democrática de España y su
posicionamiento en las democracias de segundo orden. La corrupción
institucionalizada se consolida mientras el país sigue una deriva
nada esperanzadora, donde los ciudadanos pierden calidad de vida y
los políticos velan únicamente por su electorado. Ante la
inexistencia de estadistas ni verdaderos líderes, el bipartidismo
agoniza; pero mientras eso ocurre, la separación de poderes brilla
por su ausencia, el CGPJ sigue siendo un órgano político y los dos
grandes partidos continúan repartiéndose los magistrados del TC.
Conociendo que semejante situación
institucional se extiende desde el comienzo de la democracia y que la
corrupción no es endémica del centro derecha, la escandalizada
oposición, con el PSOE e IU al frente, se ha reunido de urgencia
barajando la posibilidad de presentar una moción de censura,
simbólica y sin posibilidades de triunfo. Resulta curiosa la
desmemoria de estos partidos, salpicados igualmente por escándalos
de corrupción unidos a la pésima gestión de las Comunidades
Autónomas bajo su gobierno. La regeneración democrática no vendrá
de la mano de estos partidos, quienes se nutrirán de los restos del
Partido Popular sin haber realizado un ejercicio de verdadera
transparencia, obviando sus propias corruptelas.
El Gobierno conservador ha entrado en
franca decadencia, aunque no debemos dejarnos engañar por la
oposición, entendiendo que los políticos constituyen un
precipitado de la sociedad; y que la legitimidad de quienes exigen la
dimisión de Mariano Rajoy no aumenta un ápice con la corrupción
popular. Bajo las exigencias opositoras se esconde el interés de
derribar al Gobierno a cualquier precio. El espíritu crítico entiende que quienes se autoproclaman defensores de la transparencia
y la ética política, conocen perfectamente las cloacas del
funcionamiento partidista y los trapos sucios del propio Estado.
domingo, 7 de julio de 2013
La reforma educativa
Vivimos en un momento histórico donde
la educación es obligatoria y gratuita hasta determinada edad; atrás
quedan épocas donde tan sólo un grupo de privilegiados accedían a
la enseñanza. Además, España se encuentra entre los países que
disponen de una red de ayudas y becas, a pesar del contexto económico
y los recortes. No obstante, ciertos sectores preocupados únicamente
por la educación cuando pierden el poder, han criticado duramente la
reforma educativa y el decreto sobre becas.
La educación española es mejorable
según los informes PISA y de la OCDE; a través de estos documentos
quedan desmontados los mitos que rodean el sistema educativo. Es
falso que España invierta poco en comparación con sus vecinos
europeos; de hecho, el gasto por alumno y otros indicadores se
encuentran en la media continental. La educación ha sufrido
recortes, pero también es cierto que los resultados siguen siendo
pésimos en épocas de bonanza y con una inversión mayor. Por lo
tanto, existe un problema de fondo: el fracaso escolar no es una
cuestión económica, sino de proyecto educativo. Corregir los
defectos de una educación financiada correctamente, de pésimos
resultados y que desincentiva al alumnado es el mayor reto al que se
enfrenta la España del siglo XXI.
El fracaso educativo español tiene
unos orígenes claros. En primer lugar, no existe un proyecto
global, dado que las Comunidades Autónomas desarrollan la
legislación educativa a su antojo; en segundo lugar, la enseñanza
es inestable, asentándose en un dinamismo perpetuo donde es
concebida como fruto de la tendencia política del ministro de turno.
En tercer lugar, es imposible lograr buenos resultados donde equidad e
igualdad se confunden con mediocridad, y la excelencia es impropia,
en un intento deliberado de igualar hacia el mínimo a todos los
estudiantes. Y en cuarto lugar, es difícil alcanzar la excelencia donde el espíritu crítico brilla por su ausencia y el profesorado
está excesivamente politizado.
Las reformas propuestas por el ministro
Wert se engloban en la costumbre española de concebir la educación
como un asunto dependiente de la alternancia política; no
obstante, suponen un claro avance abordando cuestiones relevantes. Con
ciertos matices, es conveniente instaurar de forma activa la religión
en las aulas, dado que los valores del cristianismo han contribuido
de forma decisiva a la formación de la cultura europea,
constituyendo junto a la filosofía griega y el derecho romano los
pilares de Occidente. Alejándonos del debate sobre sotanas y
catecismo, es positivo inculcar unos principios que se elevan sobre
ideologías, sirviendo para conocer nuestras raíces y combatir el
simplismo y la demagogia dominantes.
La Ley Orgánica de Mejora de la
Calidad Educativa también aborda una cuestión relevante: el elevado
excedente universitario y la masificación de las aulas, frente a una
Formación Profesional desmerecida y despreciada, a pesar de ofrecer
grandes posibilidades. Nos encontramos ante un dogma sociológico
inexistente en el resto de Europa, según el cual cuando se finaliza
la educación secundaria lo más sensato es emprender una carrera
universitaria, sin plantearse previamente otras alternativas. El
resultado de esta inercia social es la elección arbitraria de
estudios, la desmotivación y el consiguiente abandono.
Por otra parte, las becas no deben ser
entendidas como limosna y requieren de la necesaria correspondencia
del alumno. Son muchas las críticas dirigidas contra José Ignacio
Wert, pero éstas se derrumban cuando planteamos qué clase de
educación queremos. Si pretendemos lograr una enseñanza y alumnos
mediocres, continuemos tomando el cinco como punto de partida; por el
contrario, si el objetivo es la excelencia, aumentar el rendimiento y
no malgastar recursos públicos, barajemos la posibilidad de elevar
la nota necesaria para acceder a una beca, promovamos el esfuerzo y
la dedicación.
La oposición cree que los más
humildes serán expulsados del sistema mientras los ricos, aunque
tengan un rendimiento escaso, podrán permitirse el pago de una
matrícula. Además, el impulso de la religión y la subvención a
centros que segregan por sexo son medidas retrógradas según
Rubalcaba, quien tacha al Gobierno de reaccionario mientras las
universidades públicas están dominadas por una izquierda
intolerante, populista y alejada de sus principios originales. Todo
ello constituyen cortinas de humo que intentan ocultar el nefasto resultado
de los planes educativos socialistas.
El éxito académico depende de la
capacidad de sacrificio y no de la capacidad económica; acceder a
la universidad no significa alcanzar intelecto, sabiduría o espíritu
crítico, puesto que deben estar precedidos por la dedicación y el
esfuerzo. Finalmente, debemos apostar por una educación de calidad,
exigente y accesible a todos, entendida como asunto de Estado y
promotora del espíritu crítico, lo cual significa cuestionar el
monopolio de la razón y la intelectualidad arrogada por la izquierda
durante tanto tiempo.
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