Como célebremente dijo Adolfo Suárez: "la transición española fue un ejemplo para el resto del mundo"; un
país cuya historia reciente había sido convulsa, sellaba
completamente su reconciliación. La Transición y la Constitución
de 1978 fueron una gran obra de ingeniería, ensamblando los
diferentes intereses del bloque de corrientes políticas
existentes en la España del momento. El harakiri político de la
derecha franquista permitió la llegada de la democracia, junto al liderazgo ejercido por personajes como Adolfo Suárez o el rey
Juan Carlos, en un momento en el que la sociedad española clamaba
libertad y la oposición política ganaba cada vez más adeptos.
No obstante, treinta años más tarde
la Constitución de 1978 y el derecho a la autonomía han dejado de
tener validez. Los excesos del modelo autonómico contra la
identidad nacional y el sano funcionamiento democrático no deben
continuar, sobre todo en un momento en el que la situación económica
y decadente del país exige políticas firmes que permitan a España
un respiro de los mercados.
Las Comunidades Autónomas se han
convertido en agencias de colocación, derroche, duplicidades,
endeudamiento y patios particulares de los partidos políticos, no
siendo un modelo de acercamiento al ciudadano, sino el prototipo de
fracaso por excelencia. Muestras de ello lo deja la nefasta
administración valenciana, el pozo sin fondo autonómico andaluz y
las cada vez más nacionalistas Cataluña, Canarias y País Vasco,
gracias a los cavernarios partidos nacionalistas que las gobiernan.
El último capítulo del exceso
autonómico tuvo lugar en el Consejo de Política Fiscal y
Financiera, donde la delegación catalana plantó al ministro y los
andaluces abandonaron la mesa de negociaciones. Antonio Griñán
justificó el desaire argumentando que la fijación del límite de
endeudamiento, es decir, la prohibición de gastar más dinero del
que se tiene, supone un ataque a Andalucía y rompe la igualdad de
todos los españoles. Además, para el presidente de la Junta, la
puesta en marcha del límite supondrá un duro golpe a la educación
y sanidad pública andaluza.
¿En qué planeta vive el señor
Griñán? ¿No se da cuenta que mayor gasto no implica
mejor resultado? ¿Acaso no sabe que Andalucía es la comunidad
que más gasta en Educación y la que peor resultado obtiene? ¿Acaso
es tan populista que no se da cuenta que la igualdad entre españoles,
vivan donde vivan, es una quimera? ¿No entiende que mientras sigan
existiendo privilegios fiscales o diferencias legales y
jurídicas será imposible la igualdad entre españoles? ¿Cómo
puede reivindicar igualdad entre compatriotas mientras su actitud
caciquil lo único que consigue es dividir a la nación en luchas
fangosas?
El caso de los nacionalistas catalanes
se lleva la palma, quedando al descubierto la hipocresía y doble
rasero con el que desarrollan su actividad política. Cada vez más
ciudadanos se dan cuenta que los nacionalistas no tienen principios,
envenenan la juventud con la parafernalia nacionalista carente de
raciocinio, inculcan desde sus decadentes administraciones el odio a
España y promocionan una corriente ideológica cuyo origen reside en
los intereses pueblerinos de cierta burguesía catalana textil
durante el último tercio del s.XIX.
La falsa dignidad política también
caracteriza a los nacionalistas; es decir, mientras reivindican una
Hacienda propia, se acogen al fondo estatal de ayuda para evitar la
suspensión de pagos. Tampoco dice mucho de ellos el acto cobarde y
maleducado de dejar plantado al ministro, ignorando la inconveniencia
de morder la mano que los salvará de ahogarse en sus propias deudas.
El insostenible Estado de las
Autonomías, el llamado “café para todos”, caerá por su propio
peso e inviabilidad. Para acelerar ese proceso, el Gobierno debe tener
las agallas de exigir contraprestaciones políticas a cambio del
rescate autonómico. Un buen ejemplo sería la devolución de
competencias como la sanidad o la educación, siendo los primeros
pasos para la restitución de un Estado centralizado e igualitario para los españoles.
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