Este artículo nace como reflexión
sobre el contenido de cierta novela publicada en 1862 bajo el título
de
“Los Miserables”, escrita por Víctor Hugo. Cualquiera ha oído
mencionar este escritor y la gran altura intelectual de sus obras;
quien haya profundizado en su figura habrá comprobado su vocación
política y las consecuencias derivadas de su compromiso ideológico,
como el exilio. Definitivamente, Víctor Hugo fue un destacado
intelectual del siglo XIX y uno de los personajes más ilustres de la
Historia contemporánea de Francia y Occidente.
Todos le atribuyen elogios sin ni tan
siquiera haber leído previamente cualquiera de sus obras. Sin
embargo, tras la lectura de “Los Miserables” lo expuesto
anteriormente no varía un ápice; de hecho, las virtudes expuestas
son incapaces de abarcar en su totalidad la grandeza del autor y su
obra. Existe un antes y un después tras la lectura de esta novela;
quien considere la literatura un goce aprenderá lecciones vitales,
emprenderá una revisión interna que le llevará a crecer
intelectual y espiritualmente. En todos los sentidos, esta obra de
arte constituye un gran alimento para el alma inquieta que busca
respuestas en el torbellino de la realidad, bajo la incorruptibilidad
y coherencia de los principios.
“Los Miserables” constituye un
monumento de reflexión filosófica, política y religiosa. Para un
ser humano ávido de conocimiento y debate, esta novela representa
una explosión de crítica hacia los hombres, los sistemas políticos
y las leyes; y de denuncia hacia la hipocresía e incoherencia
social. Interiorizar esta obra literaria permite al lector detener el
tiempo en el dinamismo y vorágine social, fijar la vista en los más
desfavorecidos y encontrar un amplio abanico de personajes: héroes,
villanos y mártires. Además, cada capítulo se encuentra plagado de
reflexiones que permiten navegar en el océano de los sentimientos
más sublimes.
Víctor Hugo sitúa al lector en el
contexto histórico del momento, impartiendo una magistral clase de
Historia contemporánea y mostrando los defectos de la primera
formulación del Estado liberal, testigo de la agonía del
absolutismo. Durante el s.XVIII la monarquía absolutista frenó el
avance del comercio y la economía; la seguridad que proporcionaba
frente al feudalismo había pasado a mejor vida. Además, las
aspiraciones de la burguesía pujante confrontaron con los estrictos
controles y requisas estatales. La Ilustración y los precedentes
históricos, combinados con el malestar social y la estrategia
burguesa, constituyeron el caldo de cultivo para las dos grandes
revoluciones del s.XVIII.
En un primer momento, los derechos y
libertades eran efectivos únicamente para cierta minoría
privilegiada, siendo muestra de ello el sufragio censitario. La
Constitución representaba un mero marco político, de carácter
programático y vulnerable a reformas arbitrarias, debido a la
inexistencia de mecanismos jurídicos de aplicación y estabilidad
temporal. Víctor Hugo recoge las demandas de la clase media y
popular, ilustra de forma sublime el camino a seguir para la
consecución del Estado social y democrático. En su línea
visionaria, el escritor demanda un Estado más comprometido con los
desfavorecidos, que proteja a aquellos pilluelos huérfanos de París
y garante de unas condiciones dignas para los obreros.
Ese modelo de convivencia tan sólo
aparecerá como fruto de la evolución del Estado liberal, presionado
por las demandas de la clase media y el movimiento obrero, siendo
grandes rivales ideológicos el fascismo y el socialismo. Será
después de las dos conflagraciones mundiales cuando las
Constituciones adquirirán auténtico carácter vinculante y
asegurarán la existencia del Estado democrático y social, donde se
lucha frente a las desgarradoras escenas que Víctor Hugo describe.
También merece la pena mencionar su discurso en la Conferencia de la
Paz de 1849 en París, donde el intelectual apuesta por la unidad de
Europa consagrándose como precursor de la Unión Europea.
La persecución del policía Javert
sobre Juan Valjean representa uno de los debates más prolíficos del
Derecho, y es la no necesaria coincidencia entre legalidad y
justicia. Víctor Hugo muestra que el cumplimiento de la ley no
siempre es sinónimo de justicia, que la obediencia ciega a los
códigos obviando principios morales puede conducir a excesos. La
situación filosófico-jurídica francesa del s.XIX es reflejada
perfectamente, predominando el tenor literal de los textos legales y
la prohibición de cualquier clase de interpretación judicial. En
definitiva, intentar evitar la arbitrariedad condujo a la obediencia
ciega de la ley y al olvido del derecho natural, error que permitió
al Estado nazi cometer los excesos del Holocausto amparándose en la
ley.
Como conclusión, debemos tener en
cuenta que el Estado democrático no es definitivo, es susceptible de
sufrir retrocesos, siendo por ello un continuo aprendizaje. En esta
línea, los ciudadanos deben ser críticos con la actuación de sus
representantes, concienciarse sobre la importancia de su voto y el
sacrificio que ha supuesto alcanzar la democracia.
Magnífico. Dan ganas de volver a leer la obra!
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