Tras 36 años de democracia, el sistema se derrumba y España no
tiene garantizada su supervivencia.
Corrupción, desempleo,
desigualdad, privilegios políticos, hipocresía y malos Gobiernos
han dinamitado el sistema creado tras
la muerte del general Franco. Nada queda del espíritu de la
Transición, que permitió en un breve período de tiempo desmontar
la dictadura franquista e instaurar uno de los regímenes más
duraderos de la Historia contemporánea de nuestro país, trayendo
consigo mayor bienestar, reconocimiento de libertades y tolerancia.
La complicidad entre Juan Carlos I, sucesor de Franco como Rey de
España, y Adolfo Suárez, líder del Movimiento, permitió que
aquella aventura trepidante tuviera éxito pese a desarrollarse en un
momento crítico, superando obstáculos y presiones. El período
histórico iniciado en 2008 ha puesto de manifiesto la decadencia
económica, política y social del país, obligando a plantear la
conveniencia de actualizar el pacto constitucional. Es necesaria una
Segunda Transición, pues la sociedad y la ley cambian con el
tiempo, únicamente pudiendo ser superada esta crítica situación mediante
el replanteamiento de las normas de convivencia. Debe tomarse como
modelo la Transición de 1978, reflexionando sobre errores pasados,
estableciendo prioridades y perfeccionando nuestras leyes.
Los principios que deben inspirar esta nueva etapa histórica se
exponen a continuación. En primer lugar, como manifestara el propio
Suárez, debe conservarse la dignidad de las instituciones. Aquella
sociedad donde los ciudadanos desconfíen de las instituciones y no
les merezcan respeto, como actualmente ocurre, está condenada a
desaparecer. Para la supervivencia del nuevo proyecto es
imprescindible que las instituciones transmitan respeto y confianza,
así como las personas que las lideren. ¿Cómo devolver la dignidad
perdida del Gobierno, Cortes Generales, Monarquía y Tribunales?
España se constituye como Estado parlamentario, siendo el
Gobierno órgano fiduciario del Parlamento, aunque en la práctica
sea a la inversa, fruto de la denominada separación flexible de
poderes. Tal vez haya llegado el momento de plantearse un cambio
hacia un sistema presidencialista como el existente en Francia o
EEUU. En este sistema de separación rígida de poderes es más fácil
que la maquinaria del poder se atasque, puesto que no necesariamente
el Gobierno posee mayoría parlamentaria. Por otra parte, un sistema
presidencialista fuerza la necesidad de llegar al consenso y permite
alcanzar soluciones de compromiso. En España, donde los estadistas
no se encuentran y los intereses partidistas son prioritarios, puede
que no sea idóneo implantar esta clase de sistema.
En el período de entreguerras Carl Schmitt criticó la
inexistencia de representación popular en los parlamentos de
comienzos del s.XX. Para él, la ley no era expresión de la voluntad
popular, sino una transacción de intereses entre grupos de poder
encarnados en los partidos políticos. Por otra parte, otros juristas
y filósofos contemporáneos suyos, entre otros Hans Kelsen, apuntaron que
las formaciones políticas encauzaban el interés general y que de
algún modo son instrumento de la voluntad popular. Los críticos de
Schmitt reconocen que siempre existirán lobbies de poder, pero que
en defecto de democracia directa impracticable en nuestra época,
los partidos políticos y sus intereses constituyen un “mal menor”.
Siguiendo este razonamiento, en la futura España deberá
reducirse la incidencia de esos grupos de poder que nunca
desaparecerán. Para ello, debe permitirse que las leyes emanadas del
Parlamento respondan al interés general: familia y universidad
deberán formar auténticos pensadores. En 2014 no existen estadistas
visibles, se legisla conforme a férrea disciplina de partido y los
diputados carecen de criterio propio. Para luchar contra esa
tendencia debe reformarse la LOREG, instaurando un sistema
aperturista que permita a los ciudadanos elegir de manera más
directa a sus representantes, pudiendo estos romper la disciplina
partidista: las listas cerradas y bloqueadas ya no tienen razón de
ser.
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