La comunidad internacional ha sido testigo del último episodio de
violencia y guerra en la franja de Gaza entre israelíes y
palestinos. Este capítulo conforma un contexto más amplio que se
remonta hasta la creación del Estado hebreo tras la Segunda Guerra
Mundial. Abordar el conflicto requiere esfuerzo intelectual y memoria
histórica, acompañado necesariamente de cierta dosis de
impermeabilidad frente al sensacionalismo y discursos tendenciosos.
El debate debe centrarse en ciertos puntos clave de gran
repercusión jurídica: el derecho de legítima defensa, la necesidad
y la proporcionalidad en la respuesta. El Estado hebreo debe
responder a los ataques que los milicianos palestinos lanzan sobre su
territorio, desde misiles capaces de alcanzar cualquier zona del
territorio israelí hasta túneles subterráneos que facilitan la
infiltración de terroristas. Llegados a este punto, el hecho de
contar con escudos antimisiles en las zonas más pobladas no suprime
el derecho de legítima defensa, ni justifica que la población
hebrea esté expuesta a ser atacada en cualquier momento.
El derecho internacional permite a Israel defenderse, pues Hamás
ha atacado primero y roto unilateralmente varias treguas
humanitarias. Tras los bombardeos de Israel no existe una
intencionalidad genocida desde que ordena el desplazamiento de la
población y la evacuación de las zonas objeto de bombardeo para
reducir las bajas civiles. Tampoco debe ignorarse que la matanza de
civiles beneficia a Hamás, pues agitando el avispero de odio contra
Occidente consigue adeptos a su causa. Los terroristas sitúan a los
civiles en el conflicto, distribuyendo armamento y logística en
lugares de vital importancia como escuelas, hospitales y viviendas.
La proporcionalidad es un principio trascendental en el derecho
internacional por el cual la legítima defensa debe ceñirse a una
respuesta equilibrada. Esta visión es apoyada por la mayoría de la
doctrina jurídica, existiendo sectores que reivindican la no
necesaria proporcionalidad. En este caso resulta evidente que la defensa no ha
sido proporcional, pues mientras los misiles palestinos
rara vez alcanzan sus objetivos gracias a los sistemas de defensa,
Israel logra dar en el blanco con una precisión absoluta. Mientras
los terroristas poseen cohetes M-302 y milicia armada, los israelíes
disponen de tecnología puntera en cazas, drones, fragatas y ejército
regular que ha dejado más de 2000 muertos y 6000 heridos, la mayoría
civiles.
Las autoridades israelíes deben reflexionar sobre estas
operaciones, plantear si la desaparición del terrorismo y el riesgo
de un ataque en territorio israelí puede hacerse a cualquier precio.
En coherencia con lo anterior, también debería abordarse el régimen
de bloqueo que recae sobre la franja de Gaza. En cualquier caso, en
este conflicto se han violando de manera sistemática los convenios
internacionales reguladores de la guerra y el derecho humanitario.
Estos casos deben denunciarse y exigir responsabilidades.
El conflicto palestino israelí es demasiado complejo y no existe
solución a corto plazo. La eventual creación de un Estado
palestino se encuentra en el centro del debate aunque Gaza y
Cisjordania no cuenten con un líder común, pues los terroristas de
Hamás elegidos por su propio pueblo dirigen la franja con puño de
hierro. Tal vez debería retirarse esta propuesta, o cuanto menos
considerar las consecuencias de la creación de un Estado terrorista.
No obstante, Palestina rechazó en su momento la creación de un
Estado propio por discrepancias con las fronteras propuestas por la
ONU.
Israel tiene derecho a defenderse, hacer desaparecer los túneles
que se adentran en su territorio y garantizar la seguridad de sus
ciudadanos. No es seguro que lo anterior pueda conseguirse a
cualquier precio, pero los hebreos no son los únicos responsables de las muertes de civiles: Hamás tiene las manos manchadas con la
sangre de su propio pueblo. La muerte de civiles inocentes es algo
imposible de aceptar y debería remorder su conciencia.