Los comicios celebrados el 25 de mayo, donde los ciudadanos
elegían a los parlamentarios que les
representarán en el Parlamento
Europeo, órgano colegislador de la Unión junto al Consejo, ha
arrojado unos resultados preocupantes, merecedores de análisis y
reflexión. Los europeos, aunque algunos no quieran admitirlo,
aprueban la gestión de los conservadores durante la crisis,
otorgando al Parlamento Europeo un carácter eminentemente
conservador. Parece que el discurso de la izquierda europea y sus
políticas de mayor flexibilidad frente al endeudamiento no han
recabado el apoyo esperado.
Resulta preocupante el ascenso de grupos euroescépticos y
radicales en la cámara europea: el “Frente Nacional” de Marine
Le Pen en Francia, la coalición de izquierda radical “Syriza” en
Grecia, el “Movimiento Cinco Estrellas” de Beppe Grillo en
Italia, y otros grupos han conseguido escaños. Su éxito se debe sin
duda al discurso populista que emplean, ofreciendo las soluciones que
la población quiere escuchar aunque resulten irrealizables, a las
consecuencias de una crisis financiera que ha obligado a rescatar
Estados y someterlos a una férrea disciplina económica, al aumento
de la pobreza, la desigualdad y en menor medida el desconocimiento
ciudadano sobre las instituciones europeas.
La respuesta de los ciudadanos en las urnas puede ser la reacción
lógica a la cada vez mayor pérdida de soberanía económica de los
Estados; tal vez el proceso de integración económica haya llegado
demasiado lejos, y los Estados deban tener mayor margen de maniobra
para afrontar las crisis económicas. Tal vez haya llegado el momento
de reformular la Unión Europea y corregir los defectos que juristas
y economistas señalaron en los orígenes de la organización. La
integración europea es una meta apasionante, que sin duda ha
reportado beneficios y supone el inicio de una nueva Europa,
pretendiendo poner fin a siglos de conflicto.
No obstante, la institucionalización de ese proyecto debe
debatirse y, en su caso, corregir defectos: subsanación del déficit
democrático, puesta en marcha de manera definitiva de la Política
Exterior y de Seguridad Común; ahondar en la internacionalización
del sistema educativo de tal forma que se permita trabajar en la
Unión exclusivamente en tres idiomas (inglés, francés y alemán) y
la utilización de otros idiomas para sectores concretos (el español
e Hispanoamérica), permitiendo reducir un excesivo cuerpo
funcionarial y burocrático que ha recibido numerosas críticas. Sin
olvidar una mayor integración económica que verdaderamente permita
el progreso de los Estados; y especialmente acercar el funcionamiento
y diversos fines de la UE al ciudadano.
A nivel nacional español, 63 parlamentarios de los 751 que
componen el Parlamento Europeo son elegidos en España en función de
una distribución poblacional. Centrándonos en los resultados
españoles, los datos anuncian el principio del fin del bipartidismo,
aunque los conservadores hayan ganado las elecciones han perdido 8
eurodiputados con respecto a 2009, quedándose en 16 parlamentarios.
La caída del PSOE también parece imparable, quedando su
representación en 14 parlamentarios, 9 menos que en los anteriores
comicios. Los dos partidos mayoritarios no suponen ni la mitad de los parlamentarios; definitivamente, han sufrido el castigo de una ciudadanía que
no olvida la herencia socialista pero que tampoco termina de aprobar
la gestión de Mariano Rajoy.
Asimismo, la propaganda televisiva y de las redes sociales
alentando el castigo al bipartidismo ha tenido éxito: son 9 las
formaciones y coaliciones que tendrán representación en Europa. El
PSOE ha sido adelantado por la izquierda por Podemos, Izquierda Plural y UPyD, produciéndose un trasvase de los votos tradicionalmente
destinados al partido progresista por excelencia en favor de
agrupaciones políticas minoritarias que apenas tienen representación
en el Congreso. Se ha producido una especie de balcanización de la
izquierda que puede hacer mucho daño a los socialistas.
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