Los políticos deben tener cierto nivel cultural y demostrar su
capacidad para vivir autónomamente,
pretendiéndose neutralizar el
enchufismo y la mediocridad. El político no sólo debe instruirse,
sino también ser virtuoso y honrado; en este sentido, la
transparencia debería reconocerse explícitamente en el eventual
texto constitucional. Todo ello acompañado de una legislación que
dificulte la corrupción, publicándose periódicamente y con
auténtico detalle lo recaudado e invertido por las diferentes
administraciones públicas.
También debe abordarse la reformulación o supresión del Senado,
cámara territorial desvirtuada y sin utilidad práctica, pues los
conflictos que debe conocer son resueltos en el Congreso,
representativo de la voluntad de los españoles. Si se sigue
apostando por la descentralización es imprescindible revitalizar el
Senado, permitiéndole ejercer en la práctica las competencias que
constitucionalmente le corresponden. Los nacionalistas deberán
plantear sus conflictos en dicha cámara, evitando el chantaje a
costa de la estabilidad gubernamental o la propia existencia de la nación.
Para lograrlo, la eventual Constitución debe pronunciarse sobre el
reparto competencial de ambas cámaras, de manera que una
distribución clara y constitucionalmente prevista impida dejar en
papel mojado estas ideas. En este sentido, reformar la LOREG debería
asegurar una “representación auténticamente representativa”,
evitando la sobre-representación.
La Monarquía se encuentra en decadencia, no contando con el
respaldo de la mayoría de los españoles. Es un hecho objetivo y
estadísticamente demostrado que la monarquía es la institución
peor valorada, no sólo por la izquierda, sino también por un sector
creciente de la derecha. Los motivos de esta situación residen tanto
en las propias corruptelas de la familia real como en el
distanciamiento ciudadano, especialmente de los jóvenes, que no se
sienten representados por un monarca que no votaron. Tarde o temprano
deberá convocarse un referéndum donde la ciudadanía manifieste si
aboga por una república; no obstante, la desaparición de la
monarquía tendría consecuencias que pocos comprenden plenamente.
La III República Española no debería ser patrimonio de
ideología alguna, ni propiedad del sectarismo político. Debería
ser la república de todos los españoles, independientemente de su
ideología o creencia. Su presidente debería velar por la unidad de
la Nación, aglutinarla bajo un mismo horizonte futuro para crecer en
fortaleza y determinación. El proyecto fracasará si el jefe del
Estado obra velando por un determinado electorado o intereses
partidistas, si no existe mentalidad de Estado. El nuevo sistema no
debería servir como arma arrojadiza de división entre ciudadanos,
ni tampoco ser utilizado para tergiversar la Historia. Sobre las
futuras generaciones no debe recaer la carga de reavivar un conflicto
civil, ni tampoco heredar la división genética entre “rojos y
fachas”.
Lo expuesto anteriormente debe ser meditado y debatido en
profundidad. En este sentido, la forma de Estado no garantiza el
bienestar ciudadano, no contraponiéndose monarquía y progreso, y
existiendo otras acuciantes prioridades. Además, este proyecto
republicano es imposible sin el liderazgo de políticos con vocación
de Estado, inexistentes en el panorama político español, por lo que
emprender el cambio en las condiciones actuales es garantía de
fracaso. Definitivamente, en España aún no existe una mentalidad
nacional que asegure el éxito en la instauración del sistema
republicano. En cualquier caso, la Monarquía debe ser reformulada y
saneada, lo cual pasa por la abdicación del monarca.
Hasta que en España no haya una izquierda potente y moderada la III República es inviable. Hay que regenerar la monarquía. Ésto nos traerá menos disgustos.
ResponderEliminar