Por otra parte, el nacionalismo-soberanista es un proyecto
criticable que no triunfaría si el imperio de la razón y la
sensatez fuera absoluto. En un momento histórico donde las fronteras
se suprimen y la globalización impone la unidad, los reduccionismos
nacionalistas están fuera de lugar. Además, ningún político posee
suficiente legitimidad para fracturar de semejante manera una
sociedad. Artur Mas ha agitado los sentimientos soberanistas para
distraer el debate respecto de lo importante: la gestión económica,
la corrupción o el mantenimiento de los servicios públicos. El
Presidente de la Generalitat ha incentivado el odio entre ciudadanos
y dividido familias, basándose en argumentos falsos y demagógicos.
Los defensores de la unidad han visto como se utiliza la Educación
y los medios de comunicación públicos y privados subvencionados
para adoctrinar a los jóvenes y generalizar mitos y prejuicios sin
ningún tipo de fundamento. La eventual independencia catalana no
sólo afectará al conjunto de España, sino que hará mucho daño a
Cataluña con los consiguientes perjuicios económicos que se
derivarían. En un contexto donde el mundo contemporáneo y la
competencia económica imponen la puesta en marcha de fórmulas
unionistas, la fractura supondría el debilitamiento de los dos
países, ahondando la profunda fractura social que sufre Cataluña.
En definitiva, los políticos nacionales han olvidado que la unión
hace la fuerza.
No obstante, existe un problema en Cataluña pues se ha extendido
un sentimiento independentista que pone en peligro la pacífica
convivencia democrática y la unidad de la Nación. Debe rechazarse
la irreversibilidad de esta situación, es decir, existen soluciones.
Algunos partidos como el PSOE liderado por Pedro Sánchez proponen la
reforma del modelo territorial como posible solución, abogando por
una reforma constitucional que instaure un sistema federal y
reconozca la singularidad catalana. Sin embargo, la España de las
Comunidades Autónomas no tiene nada que envidiar al modelo federal;
de hecho, las diferencias apenas se notarían.
Una segunda solución pasaría por la instauración de un sistema
descentralizado asimétrico, reconociendo especificidades jurídico
territoriales y económicas de unas Comunidades frente a otras,
especialmente País Vasco, Cataluña y Galicia. En este sentido, es
objeto de debate la posible concesión de un régimen
económico-fiscal diferenciado para Cataluña similar al navarro,
reconociendo y compensando diferencias históricas. No obstante, ello
podría suponer la vulneración de la igualdad de los españoles,
creando situaciones de ciudadanía de segunda. Tal vez sea más
idóneo mantener la descentralización territorial aclarando el
reparto competencial, reduciendo la indeterminación de titularidades
competenciales y evitando conflictos de este tipo.
Existe una tercera vía consistente en una centralización
estatal, volviendo al sistema preconstitucional. Es dudoso que la
ciudadanía acepte un retroceso de este tipo, abandonando la
autonomía territorial alcanzada. España ha sido históricamente
descentralizada, interrumpiéndose dicha realidad con la llegada de
los Borbones en el s.XVIII y la dictadura franquista. En este
sentido, el principal objetivo de la descentralización es acercar el
poder al ciudadano, no conllevando necesariamente hipertrofia o
corrupción. Por tanto, si no se ha cumplido ese objetivo, lo cual
parece evidente, es necesario someter a examen nuestro modelo
territorial. Y si de la centralización se derivan beneficios para
España debe contemplarse seriamente esta alternativa.
No obstante, la naturaleza expansiva e insaciable del nacionalismo
harían insuficientes estas reformas, el nacionalismo no se
conformará con una mayor descentralización del Estado: no parará
hasta lograr la independencia. La solución no pasa por una simple
reforma del modelo territorial, sino por una reforma educativa que
cuanto menos no incentive el odio entre españoles ni tergiverse la
Historia al servicio del proyecto rupturista.
Nuestros socios europeos avanzados están reduciendo regiones. ¿Son ellos los equivocados o lo somos nosotros por tener un estado federal encubierto e hipertrofiado?. Para estar cerca de los ciudadanos ya tenemos a los ayuntamientos. Démosles las competencias necesarias y suficientes y recentralicemos el estado.
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