El delirio independentista de Artur Mas parece no tener límites,
está decidido a alcanzar a través de su política la independencia
de Cataluña, violentando el régimen constitucional y las más
elementales bases del Estado democrático. Los independentistas basan
su planteamiento precisamente en aquello que destruyen
conscientemente: la democracia. Ésta y el derecho de libre
determinación de los pueblos constituyen los pilares sobre los que
se asienta la doctrina independentista, salpicando todo ello de
argumentaciones históricas y sociológicas.
Impedir la consulta soberanista violentaría la democracia,
alegando que tienen fobia a las urnas quienes mantienen que el futuro
de España recae sobre todos los españoles. La máxima manifestación
democrática consistiría en un referéndum donde los catalanes
decidan. No obstante, no estarían votando un estatuto autonómico,
sino sobre el futuro de la nación española. Lo votado en Cataluña
no sólo repercutiría en la región, sino en todo el país. El
Gobierno catalán pretende decidir unilateralmente qué es España,
imponiendo su visión sobre Cataluña e ignorando flagrantemente a
quienes se sienten tanto españoles como catalanes. El presidente y
sus socios invierten los principios democráticos, ignorando las
reglas del juego, violentando los preceptos constitucionales y los
siglos de historia de la nación española.
Los separatistas se aferran al principio de libre determinación
de los pueblos consagrado en la Resolución 1514 de la ONU, la cual
inspiró las grandes descolonizaciones del s.XX. El uso que los
secesionistas hacen de éste revela un gran desconocimiento o un
ánimo desmedido de manipulación. El principio no es aplicable a
Cataluña porque estaba pensado para las colonias asiáticas y
africanas que durante el s.XIX estuvieron sometidas a las potencias
occidentales. Además, Cataluña no es una colonia: los catalanes
acceden en igualdad de condiciones a los puestos públicos, no ven
constreñidos ninguno de los derechos garantizados
constitucionalmente ni son expoliados por ningún Estado opresor. Por
último, el principio tiene un límite claro y expresamente
reconocido: el respeto de los derechos soberanos de todos los pueblos
y de su integridad territorial. Por lo tanto, no es un cheque en
blanco ni es aplicable en cualquier circunstancia.
Tras desmontar estos dos argumentos, al separatismo sólo le queda
recurrir a tergiversaciones históricas carentes de veracidad. El
secesionismo se alimenta y fortalece inoculando el odio entre los
ciudadanos, promoviendo una radical intransigencia ideológica. No
obstante, la situación actual es herencia lógica de un reparto
competencial erróneo entre Estado y CCAA: la educación, pilar clave
de la sociedad y en manos de las autonomías, ha sido utilizada como
instrumento para dinamitar lo logrado durante siglos. Durante estos
treinta y cinco años de democracia, las escuelas han sido
productoras de generaciones envenenadas, que ahora reclaman la
independencia por inercia, apoyándose en argumentaciones falaces.
La locura de Artur Mas continúa, planificando la creación de
instituciones estatales para la eventual independencia, ensalzando el
mito separatista a través de la red de televisiones públicas y la
propaganda, financiando a ciertos grupos afines para que difundan las
tesis independentistas, convocando consultas y haciendo declaraciones
sin ningún tipo de eficacia jurídica. Todo ello mientras los más
débiles siguen sufriendo, la creación de empresas es dificultada
por culpa de asfixiantes impuestos y los casos de corrupción se
multiplican. En este sentido, el Gobierno catalán procura desviar la
atención del pueblo hacia cuestiones que no salpiquen su mala
gestión o provoquen un examen del despilfarro de los recursos
públicos.
Frente a los planes de la Generalitat, Mariano Rajoy asegura que
la consulta soberanista no se celebrará. Es menester que el Gobierno
de la Nación se mantenga firme en este asunto y cuente con el apoyo
de la oposición; conviene que las fuerzas políticas nacionales
aúnen esfuerzos en pos de la unidad nacional, puesto que nos
encontramos ante una cuestión de Estado. No obstante, es perceptible
cierta pasividad ante los acontecimientos: el Presidente evita
desviarse de lo políticamente correcto. Por su parte, el TC ha
suspendido la declaración soberanista del Parlamento catalán,
aunque no deja de ser curioso: ¿Qué es exactamente lo que ha sido
suspendido? ¿Cómo procesar semejante ataque directo al ordenamiento
constitucional?
Ha llegado el momento de defender la unidad nacional de forma
clara, combatiendo los mitos y falacias del independentismo. Debemos
reflexionar acerca de una eventual reforma constitucional de
competencias, plantearnos cómo subsanar este problema, lo cual pasa
por devolver la educación al poder central y debatir acerca de la
financiación autonómica, entre otras cuestiones. Nos
encontramos verdaderamente ante una situación crítica, siendo el momento oportuno
para iniciar una verdadera ofensiva intelectual contra el
separatismo, la cual tan sólo han iniciado unos pocos.
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