El 27 de septiembre de 2015,
último episodio del desafío soberanista, será decisivo para el
futuro de Cataluña y España. Los independentistas se aglutinan en
torno a una única lista con la que esperan obtener la mayoría
necesaria para declarar unilateralmente la independencia y crear un
Estado. Para lograrlo, Artur Mas se ha rodeado de un equipo de
“expertos”, creando verdaderas estructuras de Estado en el seno
de la Comunidad catalana y disponiendo de todo lo necesario para
conseguir sus objetivos.
Los soberanistas han planteado las
elecciones como plebiscitarias, aunque en el decreto de convocatoria
no se le imprima ese carácter para evitar una posible impugnación
ante el TC. No obstante, aunque jurídicamente sean unas simples
autonómicas, estos comicios son esenciales y constituyen una batalla
decisiva en la guerra dialéctica que los unionistas llevan décadas
perdiendo. El voto masivo, la victoria del “no a la independencia”
y el fracaso de la lista soberanista son fundamentales para invertir
la tendencia fracturadora que se impone desde 1980.
A Mas se le ha escapado de las
manos el juego iniciado hace años, encontrándose en un callejón
sin salida presionado por sus socios y lobbies independentistas. La
estrategia del chantaje se ha convertido en algo peligroso que ha
llevado a Cataluña al borde del abismo. El presidente ha fracturado
profundamente la sociedad catalana, dividiendo familias y sembrando
la semilla del odio y el radicalismo. También ha conseguido destruir
su propio partido, fruto de una coalición de más de treinta años.
No existe político lo suficientemente legitimado para causar
semejante daño, desviando la atención de los asuntos verdaderamente
importantes para ocultar sus miserias.
Desde el punto de vista económico,
resulta dudoso que el Estado catalán sea viable, pues muchos
aseguran que la desconexión con España conduciría al colapso e
incapacitaría para hacer frente al pago de pensiones, funcionarios y
demás gasto esencial. A todo ello debe añadirse las dificultades
que entrañaría el restablecimiento de aduanas y controles
fronterizos. No obstante, los unionistas no deben apostar todo a la
cuestión económica, pues nada les quedaría si finalmente el Estado
catalán fuese viable. A diferencia de lo comúnmente alegado, los
mejores argumentos deben ser históricos, sociales, jurídicos y
especialmente los del sentido común.
Históricamente Cataluña nunca ha
sido un reino independiente, sino perteneciente a la corona
aragonesa. Tampoco la Guerra de Sucesión supuso un conflicto armado
por la independencia de Cataluña, sino una guerra civil por la
ocupación de un trono vacante. Tampoco la proclamación de la I
República catalana supuso obviar al resto de España, sino la
proclamación del Estado catalán dentro de una Federación. En
esencia, se ignora que el nacionalismo tiene su origen
fundamentalmente a finales del s.XIX en el contexto de la industria
textil catalana y las importaciones extranjeras.
Respecto a los argumentos
sociales, el soberanismo se inspira en la pureza de la raza y la
marginación de lo diferente. La idea de la puridad catalana
desconoce la inexistencia de catalanes de pura cepa y los flujos
migratorios provenientes del sur de España durante los siglos XIX y
XX. La sociedad catalana es un conglomerado de diversos orígenes y
no un bloque monolítico como creen algunos. Además, en contraste
con la apariencia externa, el soberanismo no constituye mayoría
social, pues los partidarios de la permanencia en España superan el
50% y se mantienen al alza, tal y como manifiestan diversas encuestas
realizadas por la propia Generalitat.
En cuanto a los argumentos
jurídicos, la secesión es imposible aunque algunos utilicen el
ordenamiento a su conveniencia con razonamientos alambicados y
torticeros. No existe el “derecho a la secesión”, aunque se
intente camuflar bajo el oportunista “derecho a decidir”. La
Constitución reconoce la indisolubilidad de la Nación Española y
el ordenamiento posee mecanismos para salvaguardarla. El
comportamiento de Mas constituye un ataque a la legalidad y una
actitud sediciosa punible; en este sentido, los propios funcionarios
de la Generalitat deben desobedecer aquellas órdenes que sean
abiertamente contrarias al ordenamiento o constituyan delito. El
incumplimiento de las sentencias del TC en materia lingüística,
competencial y la convocatoria de la consulta ilegal deberían haber
sido abortadas bajo este principio, aunque la realidad ha sido
distinta.
Desde el plano jurídico
internacional, el Estado catalán estaría fuera de la UE aunque de
facto siguiera usando la misma moneda. La Cataluña independiente
tendría que formalizar una solicitud para entrar en la UE,
requiriendo de la improbable unanimidad de todos los Estados
Miembros. En este sentido, las aventuras internacionales de Mas han
fracasado, pues la comunidad internacional ha respetado los
principios de no injerencia en los asuntos internos e integridad
territorial de un Estado soberano. Los países responsables rechazan
la inestabilidad, incertidumbre y el reconocimiento de un hecho que
puede calificarse como golpe de Estado. Dicho fracaso se ha producido
a pesar del establecimiento de las mal llamadas “embajadas
catalanas” y otras actuaciones.
No obstante, rechazar la
independencia no impide debatir sobre el encaje de Cataluña ni las
reformas constitucionales y fiscales que sean necesarias. Es evidente
que algo no funciona en Cataluña y que la actitud inmovilista del
Gobierno no es positiva. Sin embargo, para debatir sobre estas
cuestiones socio-financieras es necesario disponer de datos fiables
avalados por expertos independientes que desmientan o confirmen el
supuesto desequilibrio financiero catalán. En cualquier caso, una
mejor financiación autonómica, el reconocimiento de la singularidad
catalana en una eventual reforma constitucional o el establecimiento
de un modelo descentralizado asimétrico no calmará
las ansias
secesionistas.
Es necesario revisar y reformar el
modelo territorial, competencial y financiero autonómico. En este
sentido, debe establecerse un claro reparto competencial, traspasando
al Estado algunas competencias esenciales como la Educación. Deben
eliminarse las incertidumbres y duplicidades, defendiendo la
solidaridad territorial entre los distintos pueblos de España y
exigiendo responsabilidad y buena administración a cada uno de sus
gobernantes.
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