La primera vez que escuché a Sánchez Gordillo fue en una entrevista concedida a Jordi Évole,
tácito admirador, en la cual explicaba las facilidades para conseguir vivienda y trabajo en Marinaleda. El alcalde andaluz era un tanto peculiar,
ambientando su despacho una bandera de la fracasada II República y
un cuadro de un personaje ajeno al sistema legal e institucional
español, un personaje de dudosa admiración: el Ché Guevara.
Un punto clave en el armonioso funcionamiento del pueblo era la forma en que se invertían los ingresos del ayuntamiento, organizando una batida las autoridades para conocer la opinión de los vecinos. No obstante, la parafernalia vinculada al Sindicato Andaluz de Trabajadores y las cuantiosas subvenciones recibidas por la Junta de Andalucía son los factores que han permitido el "éxito" local de su democracia asamblearia.
En otro plano, como nacionalista comprometido a luchar por “esa nación sin soberanía
llamada Andalucía”, el alcalde de Marinaleda niega el trabajo y la vivienda a quien no sea del pueblo. Por ello surgen algunos interrogantes: ¿Cómo puede compaginar comunismo y
nacionalismo? ¿Podríamos concluir que ambas ideologías comparten
cierta incoherencia? ¿Podríamos llegar a pensar que tienen algo en
común? ¿O simplemente Sánchez Gordillo es un farsante sin
principios?
Este señor proclama el fracaso del
capitalismo y promociona su destrucción, mientras defiende un
sistema trasnochado cuyo fracaso e intentos por ocultarlo son evidentes en la URSS, Cuba o Corea del Norte. Gordillo ignora la imposibilidad de sustituir un sistema que,
con evidentes fallos, reporta más riqueza y bienestar que cualquier
otro que se haya inventado. Siguiendo la línea ideológica de Willy Toledo, se posiciona junto a los estados totalitarios que aplastan cualquier atisbo de discrepancia política, defendiendo consecuentemente los regímenes cubano y norcoreano.
El asalto a un supermercado junto a sus
amigos sindicalistas “captasubvenciones”, hizo que su nombre
saltara a la palestra por segunda vez. A pesar que los alimentos
fueron repartidos entre familias necesitadas, el acto constituye un delito injustificable y una falta de responsabilidad política. Muchas familias se encuentran en circunstancias pésimas pero se niegan a robar, encontrando
refugio en comedores sociales, organizaciones benéficas y la
Iglesia. Por lo tanto, resulta evidente que la sociedad española no necesita un falso Robin Hood.
Siguiendo la crítica realizada por Toni Cantó, me asaltan algunas dudas: ¿Por qué Sánchez Gordillo no atraca un banco? ¿Por qué el alcalde comunista no tiene la valentía de asaltar un furgón blindado? ¿Son los humildes trabajadores de Mercadona sus enemigos? ¿Quién puede asegurar que el próximo asalto no lo sufra un humilde tendero? ¿No se da cuenta Sánchez Gordillo que actúa contra los que torpemente pretende defender?
La actitud del alcalde andaluz supone
un insulto a la democracia, no sólo por la cobardía de asaltar un
supermercado que dispensa buen trato a sus empleados, sino también
por ser un distinguido proetarra. Aquí se puede apreciar la carencia de
seriedad democrática y los disparatados proyectos políticos del
señor Gordillo; por todo ello, la justicia debe actuar e impedir comportamientos de esta clase.
Como conclusión final, el objetivo del
falso justiciero comunista es crear un ambiente similar al intento de
revolución asturiana de 1934. Siguiendo la estela de la izquierda
irracional de aquella época, el alcalde de Marinaleda no descansará
hasta tumbar a un gobierno legítimamente constituido.