Este artículo nace a colación de un
comentario de texto, donde el autor argumentaba que el burka llevado
por la mujer musulmana guarda cierto paralelismo con la esclavitud de
la mujer occidental con respecto a la talla 38.
Sin embargo, el autor está
completamente equivocado al situar ambos conceptos en un mismo plano.
Mientras la mujer occidental decide estar sujeta a la moda, teniendo
la última palabra a la hora de vestir una prenda; la mujer musulmana
no tiene elección, inculcando desde todas las instituciones
político-religiosas de sus países la imposición del burka.
En Europa llevar minifalda es una
elección, mientras que llevar el velo en el mundo árabe es una
obligación que se remonta a épocas antiquísimas. Por lo tanto, la
mujer acaba aceptando y normalizando esa mentalidad medieval.
Occidente no se ha embarcado en una
lucha contra el musulmán, sino contra el Islamismo radical
representado en la sharia; siendo ésta incompatible con los derechos
e igualdad de los países democráticos. Acorde a lo explicado
anteriormente, Francia ha endurecido las penas contra todo aquello
que represente la sumisión de la Mujer y que atente contra los
valores de la Democracia; ejemplo de ello nos lo da la prohibición
del velo integral en todos los espacios públicos.
Como reacción a lo explicado
anteriormente, muchos alegan que prohibiciones de este tipo son
hipócritas, careciendo de coherencia con respecto a la libertad de
pensamiento, conciencia y culto. Sin embargo, olvidan que medidas
como la adoptada por el gobierno francés están completamente
justificadas, perteneciendo a diversos mecanismos que Occidente tiene
para defenderse contra una radical ola de integrismo islámico, tal
vez fruto de una errónea política exterior.
La prohibición del burka integral en
Francia responde más bien a una cuestión de civismo público; y es
que Francia, como república laica, no permite manifestaciones
religiosas de ningún tipo en sus espacios públicos. No obstante,
los que critican esta prohibición olvidan que los individuos
extranjeros en estos países musulmanes deben acatar y cumplir a
rajatabla las costumbres locales; por lo que Europa está
completamente legitimada al tomar decisiones de este tipo.
Por si no fuera suficiente lo planteado
anteriormente, ciertas preguntas despejan todas las dudas: ¿Acaso
los mandatarios europeos no entran descalzos en las mezquitas o con
una especie de velo en el caso de las mujeres? ¿Está deslegitimada
por lo tanto la prohibición de llevar burka en suelo francés?
¿Hasta qué punto la flexibilidad anterior permitió llevar a cabo
en territorio europeo prácticas medievales como la ablación,
matrimonios forzados o incluso apología del terrorismo?
A colación de los asesinatos de
Toulose, el gobierno francés ha planteado aplicar ciertas medidas
restrictivas contra páginas web simpatizantes del terrorismo
islámico, pudiendo ser detenidos los visitantes de dichos portales.
Estas propuestas han sido calificadas por buena parte de la opinión
pública como “cortinas de humo” e injustas avivadoras de la
desconfianza contra el musulmán.
Es obvio que no todos los musulmanes
son radicales, aunque es necesario que Europa se blinde contra un
peligro cuya existencia muchos niegan: el fanatismo religioso y el
Integrismo, en cualquiera de sus vertientes. Las medidas necesarias
para conseguirlo pasan por replantear el papel de las democracias
occidentales en el mundo árabe, el mayor control de las fronteras,
la mayor efectividad de los servicios de inteligencia, la cooperación
internacional y la expulsión de todo extranjero o nativo que atente
contra los valores de la Democracia.
En el caso particular de España, el
fanatismo islámico reivindica el retorno de Al-Andalus. Cualquiera
que esté informado conoce y valora las innovaciones técnicas que
dejaron los musulmanes en España durante sus ocho siglos de
ocupación; no obstante, el pensador crítico nunca negará que el
Islam quedó anclado en el medievo; y que los países regidos por la
palabra de Mahoma realizan prácticas tan abominables como la
lapidación.
Por otra parte, todo es papel mojado
cuando hablamos en un plano estrictamente económico. Es decir, las
élite política occidental es partidaria de poner fin a las
prácticas de la Sharia y defiende a ultranza los derechos de la
Mujer; sin embargo, olvidan estos planteamientos cuando firman
acuerdos comerciales con países árabes.
Por lo tanto, inherente a la protección
de la sociedad occidental, es necesaria la ruptura de la dependencia
energética con aquellos países que vulneran los derechos de la
Mujer y acogen en su territorio células terroristas cuyo único fin
es eliminar al infiel.
Como conclusión final, es fundamental
erradicar cualquier atisbo de fanatismo religioso o político de las
instituciones, contribuyendo con ello al pleno desarrollo del
individuo en la sociedad democrática. También se hace necesario la
implantación de reglas que eviten alcanzar el poder político a
cualquier clase de radicalismo; es decir, que la propia democracia no
sea usada como herramienta para conseguir su propia destrucción.